La carrera de Brittany

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

LA META ES LA IDENTIDAD

Hace algunos años, tuve mi etapa running, que me llevó en el 2015 a preparar una maratón. Llegué a hacer dos fondos de 30 kilómetros cada uno, pero justo cuando entraba en la etapa final de preparación me terminé lesionando y desde ahí nunca me recuperé adecuadamente como para volver a intentarlo. El sueño se frustró pero quedó la indumentaria y muchas medallas de carreras previas como testimonio. Recientemente, una alumna de la facultad me preguntaba sobre el porqué de tanto esfuerzo y dedicación para una actividad que, vista desde afuera, puede parecer un tanto aburrida y hasta un poco elitista –muchos runners se comportan con un dejo de superioridad un tanto irritante-, y la verdad que siempre me costó encontrar una respuesta precisa. Creo que hay un componente pasional difícil de explicar pero también otro psicológico, donde el running –al igual que otras actividades físicas- funciona como un ordenador de las rutinas, rituales, tiempos y espacios individuales. De repente, uno empieza a ponerse objetivos específicos y a calibrar componentes específicos de su existencia en función de correr determinadas distanciadas en determinados tiempos, convirtiendo al hobby en una especie de marca identitaria.

Lo cierto es que, en sus mejores momentos, La carrera de Brittany consigue poner buena parte de lo dicho en el párrafo anterior en imágenes, a partir de la historia de una joven (Jillian Bell) que se va dando cuenta que su vida es un eterno loop de comida barata, alcohol y pastillas al que debe cortar de alguna forma. La vía que encuentra es, al principio, tímidos y un tanto aleatorios intentos de trotes, para luego encontrar esa rutina que implica el running, más un dúo de compañeros de ruta/amigos –a los que conoce casi de casualidad- con los que decide prepararse para la famosa Maratón de Nueva York. En el medio, su vida laboral se irá reacomodando, lo que implicará conocer nuevas personas y un potencial interés amoroso, mientras se enfrenta al mayor obstáculo: su propia personalidad, entre autodestructiva e incapaz de pedir ayuda cuando el momento lo requiere.

En ese fino equilibrio que debe implementar entre el drama y la comedia en pos de llevar adelante su relato, La carrera de Brittany se muestra bastante más consistente a la hora de manejar el humor, delineando algunos personajes –particularmente el interpretado por Utkarsh Ambudkar- que son especímenes sumamente graciosos y dejando en claro que hay calamidades personales que vistas un poco a la distancia evidencian cierta ceguera. Distinto es cuando se adentra en los padecimientos de la protagonista: hay unos cuantos pasajes donde la película se pone entre sentenciosa y aleccionadora, sumándole incluso una escena en un almuerzo de amigos que roza lo miserabilista. Se puede apreciar entonces una alternancia entre tonos que no llega a ser del todo lograda y atenta contra los resultados generales del film.

A pesar de esa dificultad para encontrar la veta pertinente para los aspectos más dramáticos –que se acumulan especialmente en la última media hora de forma bastante desordenada-, en sus últimos minutos La carrera de Brittany entra (un poco a los tropezones) en el terreno donde la épica deportiva se combina con la remontada personal. Allí, en esa meta que simboliza una auto-superación pero también el hallazgo de una identidad definida, es donde el film encuentra una buena dosis de emoción y enlaza de manera fluida con los hechos reales, otorgándole una emotividad moderada pero suficiente.