La cantante de tango

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

La vida y el canto

En su tercer largometraje (segundo de ficción), el director argentino -radicado en Bélgica hace más de una década- Diego Martínez Vignatti logra sortear con convicción los principales obstáculos (¿trampas?) de un proyecto que parecía destinado al fracaso o, en el mejor de los casos, a resultar más de lo mismo: otra película sobre el tango, el exilio y los desengaños amorosos rodada -coproducción mediante- entre Buenos Aires y Europa.

Si La cantante de tango tiene, en principio, reminiscencias de las “tanguedias” de Pino Solanas, el joven realizador de La marea logra trascender esa filiación (y también otras, como las de Hugo Santiago o Michelangelo Antonioni) con una película que no sólo trata sobre el tango sino que es un tango.

El universo del 2 x 4 no es nuevo para Vignatti, que ya le había dedicado al tema su debut en la realización (el documental Nosotros). En esta nueva película -estrenada en la competencia internacional del Festival de Locarno 2009- se sumerge en la intimidad de Helena Ferri (Eugenia Ramírez Mori, pareja del director y toda una revelación), la cantante del título que ve cómo su ascendente carrera artística contrasta con un desengaño amoroso (su novio la abandona por otra) que la conduce a un derrumbe psicológico que la convierte en una verdadera alma en pena.

Entre muchos números en vivo, escenas en cafés y milongas, apariciones varias del mítico cantor Oscar Ferrari (quien murió poco después de terminado el rodaje y a quien está dedicado el film), amores obsesivos (el de ella por su ex pareja, el de un médico francés por ella), búsquedas desesperadas, borracheras con whisky barato, coqueteos con el suicidio, familias unidas por el tango y divididas por el exilio o las contradicciones generacionales, y algún que otro pasaje surreal y onírico (pesadillesco), Martínez Vignatti construye un patchwork narrativo y visual con más aciertos que traspiés.

Y, como para minimizar aún más sus carencias y excesos, allí están esos bellos, magníficos planos-secuencia que remiten por momentos al cine de su amigo Carlos Reygadas (Martínez Vignatti fue el director de fotografía de Japón y de Batalla en el cielo) y que siguen de cerca a la omnipresente heroína trágica del film por los escenarios y sus trastiendas, por las calles de Buenos Aires o por las playas grises, ventosas y nostálgicas de Calais haciendo un uso impecable de la pantalla ancha y de las posibilidades de la steadycam.

La cantante de tango está lejos de ser una película perfecta, redonda, pero es un film que se arriesga mucho (y acierta bastante). Es una historia que respira cine y que respira tango. Con la sofisticación visual del mejor cine europeo y con el espíritu indoblegable de la milonga porteña.