La cabaña del terror

Crítica de Agustín Neifert - La Nueva Provincia

Festival de excesos en una farsa delirante

Los guionistas Drew Goddard y Joss Whedon, quienes registran una cierta trayectoria y prestigio en el cine de Hollywood, aunaron su creatividad para orquestar un filme de terror que excede los límites del género, porque lo convierten en objeto de estudio.
Cinco estudiantes universitarios --tres varones y dos mujeres-- deciden pasar un fin de semana en una cabaña situada en medio de un bosque y cerca de un lago. Luego el espectador descubrirá por qué la cifra de cinco y no otra.
El grupo incluye los estereotipos habituales: el atleta (Curt), la seductora (Jules), el "académico" (Holden), el drogadicto (Marthy) y la virgen (Dana). Llegan al sitio elegido con la idea de una mezcla de propósitos que incluye descanso, sexo, drogas y rock and roll.
Los problemas comienzan apenas instalados en la cabaña. Primero escuchan ruidos extraños y luego observan la aparición de zombies sedientos de sangre, al estilo de los "muertos vivientes" de George A. Romero y del "ejército de las tinieblas" de Sam Raimi.
Resulta evidente que Goddard y Whedon abrevaron en el cine de esos cineastas y otro poco en filmes de Wes Craven.
Pero hay una gran diferencia: los golpes de efectos y los zombies son manipulados por dos "titiriteros" que ordenan esa "realidad" desde una sala de operaciones. Una suerte de experimento mediático o reality televisado a la manera de The Truman show, pero extremadamente macabro.
Los operadores son Gary Sitterson y Steve Hadley, quienes disfrutan observando las desgracias de sus víctimas. Además cuentan con la colaboración de un ejército de técnicos, que hacen apuestas sobre los eventuales "pasos en falso" de los cinco universitarios.
Desde el inicio del filme, el espectador enfrenta dos relatos: uno centra la atención sobre los acontecimientos protagonizados por los estudiantes, que son llevados a situaciones donde deben elegir sus propios caminos.
El otro se ocupa de la actuación de Sitterson y Hadley, quienes festejan con champagne cuando las operaciones resultan "exitosas". Pero en algún momento la historia sufre un quiebre por causa de un error y esto desata el caos.
Según los guionistas de este filme, el cine de terror está atravesando una crisis creativa, porque las historias son cada vez más predecibles y las muertes cada vez más repugnantes. Su propósito es denunciar esa situación, a través de una reflexión crítica sobre la degeneración de los tópicos y clisés del género.
Pero terminan cayendo en lo mismo que critican. El resultado es un "festival de excesos", que reclama buenos estómagos para asimilarlos. Y esto a pesar de la envoltura de farsa delirante que preside el desarrollo de la historia, donde como es habitual importan poco las actuaciones y sí los efectos visuales.
Y una pregunta final que los autores dejan flotando en el ambiente: ¿por qué las víctimas más frecuentes del cine de terror son los jóvenes? En esta película, eso posee un objetivo.