La bóveda

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

¿Un banco maldito?

Y pensar que hubo una época repleta de películas clase B como el ejemplo que nos ocupa, La Bóveda (The Vault, 2017), una creación que no se decide entre los diversos géneros que trabaja y que a decir verdad tampoco brilla en ninguno de ellos como para conseguir destacarse de la tradición de siempre o darle nueva vida a sus ingredientes, circunstancia que paradójicamente nos mantiene viendo -a pesar de ciertos pasajes de sutil aburrimiento- a la espera de ese volantazo que suele llegar en algún punto del caótico relato de turno. Ahora buena parte de los convites de bajo presupuesto son una porquería hecha y derecha que trata de imitar lo peor del mainstream (léase la obsesión con los CGIs y las recurrencias nostálgicas en pos de construir franquicias interminables) o productos bastante pasables con poquísima visibilidad (conservadurismo y concentración de los exhibidores de por medio).

Este opus de Dan Bush, en esencia conocido por haber codirigido la amena The Signal (2007) junto a David Bruckner, unifica la estructura de las heist movies con el terror de fantasmas acechantes símil maldiciones arrastradas a lo largo del tiempo, dos estratos que nunca terminan de encajar entre sí debido a la torpeza de la ejecución del realizador y por los pobres diálogos del guión de Conal Byrne y el susodicho, el cual combina algunas buenas ideas aisladas, relacionadas sobre todo con una doble sensación de peligro cortesía de los seres humanos y los espectros, y un nudo narrativo bien lerdo en el que la fuerza del inicio se licúa vía una historia en espiral basada en situaciones que se repiten sin cesar, haciendo que la acción no avance y acercándonos hacia otro de los grandes problemas de los films de nuestros días, eso de que muchas veces no logran encauzar la trama principal.

Hoy el asunto gira alrededor del asalto al banco Centurion Trust por parte de los hermanos Leah (Francesca Eastwood), Vee (Taryn Manning) y Michael Dillon (Scott Haze), más un par de secuaces, en pos de conseguir una linda suma de dinero para que Michael salde una deuda impagable con vaya a saber quién. Como el número recolectado les parece insuficiente, los ánimos se empiezan a caldear y así un hombre llamado Ed Maas (James Franco), aparentemente el subgerente de la sucursal, toma la voz cantante entre los rehenes y les comenta a los muchachos y muchachas con armas que en el sótano hay una bóveda con unos cuantos millones de dólares y que sólo deben abrirla. Desde ya que las cosas no resultarán tan fáciles porque entre la oscuridad andan merodeando los espíritus de los muertos de un robo precedente de 1982, a lo que se suma el eventual arribo de la policía.

Si bien el rol de Franco es pequeño, alcanza para reconfirmar que el señor está en el buen camino a nivel actoral, como ya lo demostrara con la excelente The Disaster Artist (2017). Otro aliciente fundamental lo aporta la presencia de la bella y talentosa Eastwood, hija del amigo Clint, a quien también pudimos ver hace poco en la enérgica M.F.A. (2017). Complementando lo dicho con anterioridad, así como a una interesante introducción que abarca la toma del banco le sigue una colección de clichés del horror más perezoso que empantanan el devenir, de la misma forma el desenlace levanta un poco la cabeza y nos regala algún que otro instante de genuina tensión, aunque lamentablemente la propuesta desaprovecha tanto la temática fantasmagórica y el sustrato policial como los mismos intérpretes, redondeando una obra deficitaria pero no desastrosa a niveles insoportables…