La biblioteca de los libros olvidados

Crítica de Maximiliano Curcio - Revista Cultural Siete Artes

“La biblioteca de los libros olvidados” es un curioso ejemplar del cine francés contemporáneo, que nos invita, con ligereza y sólidas cuotas de humor a internarnos en los caminos del ámbito literario (y las peripecias que conviven dentro de éste), desde la mirada de un crítico, tan obstinado e incrédulo, cual Sherlock Holmes en busca de desenmascarar a un ‘posible’ impostor, tejiendo ciertos lazos con “Palabras Robadas”, la película que en 2012 dirigiera Brian Klugman. Al parecer, el escritor puesto en duda es responsable de una obra maestra olvidada dentro de una gran biblioteca de manuscritos rechazados.

Y en la piel de crítico de arte se encuentra el siempre fenomenal Fabrice Luchini. Con su habitual cuota de histrionismo y calidez, este personaje se pone en los zapatos siempre difíciles de calzar de un oficio tan subestimado, desde que la crítica literaria existe como tal. No obstante, Rémi Bezançon en sus labores de dirección, se toma el asunto con total liviandad. Ocasión que no está de más para reflexionar acerca del lugar que el crítico literario ocupa en nuestra sociedad: éste debe ser un puente entre la obra y el espectador, acercando distancias y pareceres entre el autor y el consumidor.

La película, basada en la novela de David Foenkinos, está allí para decirnos, más o menos elípticamente, que el crítico pretende explicar desde su punto de vista -que es sumamente subjetivo y tan válido como tantos otros que habrá- que nos intenta decir una obra. Hacer crítica es un ejercicio estético, aventurándose entre los múltiples sentidos que un acto creativo encierra. No es explicar, más bien relacionar conceptos. Y allí está nuestro sufrido y erudito crítico literario, desandando esta improbable intriga, sazonada con buenas dosis de entretenimiento y una concepción bastante amable del oficio.

Ambientada en la Bretaña, un paraíso inspirador que atrajo a amantes del arte y la naturaleza por igual, esta búsqueda por encontrar ‘la verdad’ gana en consistencia cuando se inmiscuye en los entresijos de toda ‘crítica’ e interpela las relaciones, lo alegórico, aquello que no está explícito y va tejiendo la trama. Una obra se enriquece de las meta-referencias que establece con el mismo lenguaje y también con otros, y allí “La biblioteca de los libros olvidados” gana un sentido sumamente poderoso. Su cauce intertextual no escatima su cortesía para decirnos una verdad incontrastable acerca de la escritura crítica: el deseo de reescribir la realidad y tener ‘algo que decir al respecto’ se corrobora en el vínculo emotivo que establecen el crítico literario y la hija del ‘supuesto escritor’. Porque la crítica, habla de algo que está pasando alrededor (metafóricamente, alcanza a las relaciones afectivas) y cada interpretación personal corroe ese paradigma.

Y la tan mentada búsqueda, aparentemente, descubrirá nuevos sentidos. ¿No se trata de eso, acaso, la esencia de la crítica literaria? Por más que el autor no lo sepa, está escribiendo de algo que lo precede. Y el arte sintetiza ideas existentes. Bienvenidos a su maravilloso mundo…acaso, la labor del crítico -tantas veces denostada- puede ser entendida, también, como un facilitador de sentidos, para lo cual es indispensable la participación de un espectador activo. El eco personal que suscite en él determinada obra completará su sentido. Como aquí lo hace este vuelo existencial que, tímidamente, cobra el argumento.

La escritura crítica permite situarnos, como espectadores (entendidos o simples consumidores), en un verosímil que escapa a lo cotidiano, habitando mundos de fantasía. Se constituye como un valioso instrumento para todo aquel curioso que quiera adentrarse a los designios de cada lenguaje. Partiendo del amor por los libros, el argumento, aún sin proponérselo, representa un valioso vehículo pedagógico para reflexionar sobre nuestra condición humana. Y es tarea del crítico intentar descifrar múltiples posibles sentidos que la obra nos sugiera, concibiendo a la crítica literaria como una forma de entender los libros, la vida y el mundo, tal el sentido de este film.

Y así como la literatura está hecha de riquísimos talentos tan enigmáticos, como esquivos o desconocidos, allí está el personaje de Luchini, llevando al extremo su teatralidad, para demostrarnos que el crítico de arte se enfrenta al medio artístico que aborda, al tiempo que se confronta a sí mismo. La obra de arte que reconstruye se convierte en una herramienta dispuesta a descifrar los sentidos de un acto creativo (que podría ser auténtico o falaz), corroborando la máxima de Christian Metz acerca de la idea de enunciación artística: ‘una expresión artística no es en sí misma, sino hasta que el espectador concrete su ingreso en escena para completar el trayecto interpretativo’.

Sujeto a infinitas posibilidades prestos a desandar un alegado fraude literario y celebrando el ‘poder’ de la transmisión de una ‘verdad’ mediante la palabra escrita, el espectador será siempre el más fiel aliado de semejante quijotada.