La ballena va llena

Crítica de Rolando Gallego - El Espectador Avezado

Recuerdo una definición sobre obra de arte que indicaba que una obra artística como tal es aquella que deja en el individuo alguna sensación luego de verla, aun transcurrido un lapso prolongado de tiempo.
En el caso de "La ballena va llena" (Argentina, 2013) del colectivo Estrella del Oriente, esta definición se aplica y ajusta operando de una doble manera, ya que si bien el filme es parte de otro objeto artístico (la ballena que transformará a migrantes en objetos de arte), su sola existencia la afirma como la voluntad de algo que nunca será.
En la difícil tarea de recaudar fondos para concretar y materializar el proyecto, con alguna intención ingenua de parte de algunos de los integrantes del colectivo y hasta alguna baja en el camino, se va presentando un discurso sobre la imposibilidad de concretar los deseos y anhelos de los protagonistas.
El proyecto de la ballena, un enorme crucero con la forma del inmenso animal, tiene en su idea germinal la posibilidad de, a través de un mecanismo de exposición a una gigantesca réplica del migitorio de Duchamp, la transformación de sujetos en objetos de arte que luego serían colocados en países del primer mundo.
Es decir que mientras en países dominantes se expulsa a los inmigrantes y cada día aumenta más la xenofobia, con este mecanismo de "transformación", esos sujetos (antes migrantes) podrían ingresar a esos países en forma de mercancía artística.
En lo arriesgado de la idea y en la defensa exacerbada del proyecto, que llevó al grupo hasta lugares inimaginados en la difícil tarea de conseguir fondos, es en donde "La Ballena..." muestra su verdadero potencial y verosímil.
El grupo intenta validar la narración con imágenes de especialistas hablando de la posibilidad o no de viabilidad del proyecto, pero es cuando no muestran a los personajes cuando más aciertan.
Una tal Begonia de una Fundacion española con la que intentaran contactarse en repetidas oportunidades (a veces con suerte y otras no) resume la principal característica de un filme testigo sobre la lucha por concretar los sueños a pesar de los obstáculos que en el camino se presenten.
Los miembros del grupo (Daniel Santoro, Juan Carlos Capurro, Pedro Roth, Juan Cedrón y Marcelo Céspedes) son carismáticos y potencian la linealidad del no relato hasta límites insospechados.
Ya no importa si la Ballena finalmente se construye, y si la narración posee baches y saltos de eje y hasta cierto artificio en la puesta en escena, la sola expectación de aquellos impedimentos y la presentación de cada una de las personalidades de los artistas, construyen un relato testigo de algo que en celuloide terminara afirmándose como una obra de arte sin su correlato material. Arriesgada pero fructífera propuesta.