La audición

Crítica de Horacio Bernades - Página 12

"La audición": la disciplina como enfermedad.

Una profesora de violín se obsesiona con uno de sus alumnos, en cuyo éxito o fracaso parece proyectar traumas de su pasado familiar.

“Tu madre siempre vio su enfermedad como una falta de disciplina”, le dice el padre a Anna, al mismo tiempo que trata al nieto con una severidad que roza el sadismo. En la familia de Anna la disciplina es una enfermedad que se transmite de generación en generación. Abstraída en las inseguridades en las que se formó, Anna “se olvida” de dar afecto a su marido e hijo. Hasta que aparece alguien en quien canalizar la obsesión largamente amasada. Presentada en los festivales de San Sebastián y Toronto, La audición es lo que tiempo atrás se hubiera llamado “drama psicológico”, término que más tarde adquirió cierta connotación despectiva. Tratándose de disciplina y siendo la película de origen alemán, lo que habría que ver es si el opus 2 de la realizadora Ina Weisse trata sobre un caso personal, o cabe hacerlo extensivo a una cultura entera.

“¿Te parece que en una semana va a estar en condiciones?”, le pregunta el jefe de una comisión examinadora a Anna (Nina Hoss), profesora de violín en un instituto de música. El aspirante no se muestra del todo seguro, pero Anna sí. A partir de ese momento pasa a ser una suerte de tutora de Alexander (Ilja Monti), cuyo éxito o fracaso en la presentación escolar Anna vive con una intensidad que no es equivalente a la del muchacho. “El sonido tiene que salir de adentro”, le reprocha Anna. “Tenés que oír las notas antes de tocarlas”. Y a él el violín parecería ejecutársele con independencia de sus deseos, como si la relación entre instrumentista e instrumento se hubiera invertido. Al mismo tiempo el lugar de autoridad de Anna empieza a resquebrajarse. Un colega (que es también su amante, papel a cargo de Jens Albinus, todo un icono de las películas del Dogma danés) la invita a tocar en un quinteto de cuerdas, y tocar la retrotrae al corazón mismo de su trauma. A partir de ese punto la examinada pasa a ser ella. Al menos así es como lo vive.

En tiempos de reacción antipsicologista, la sola palabra “trauma” puede sonar a poco menos que un sacrilegio. Salvo que se trate de un trauma físico, en cuyo caso no hay problema. Habría que preguntarles a los cientos de miles de personas que en su infancia fueron víctimas de violencia familiar, a ver qué nombre le pondrían a lo que les sucede. La obsesión de la profesora por su alumno favorito recuerda a la de la protagonista de La maestra de jardín (Nadav Lapid, 2014), con la diferencia de que lo que allí estaba al borde del abuso infantil aquí responde más a una ilusión proyectiva, con Anna deseando que Alexander triunfe donde ella perdió. La audición no es una sesión de terapia: no son las palabras sino las miradas las que construyen sentido. La mirada ladeada de Philippe, marido de Anna (el francés Simon Abkarian), que la observa en silencio, como en un round de estudio. La mirada de reproche del hijo, Jonas (Serafin Mishiev), que se encuentra compitiendo de pronto con un rival inesperado (él también estudia violín, en el mismo instituto donde Anna da clase). El cruce de miradas entre Anna, Philippe y Jonas, durante una cena en la que la cuerda se tensa.

Se tensa, pero no se rompe. Esto no es Whiplash, donde el profesor le revolea un platillo por la cabeza al baterista que equivoca un compás. Siendo un chico, es bastante lógico que sea Jonas el que en un momento dado “pasa al acto”. Pero el de los adultos es un mundo de emociones férreamente acorazadas. En este sentido la elección de Nina Hoss, actriz fetiche del realizador Christian Petzold, es ideal: la protagonista de Barbara y Ave fénix es capaz de “narrar” en dos planos, el de lo aparente y el de lo reprimido. Sobre todo cuando la cámara se aproxima a su rostro y comunica capas superpuestas de culpa, angustia y ansiedad. Como si se estuviera desmoronando, sin que el gradiente de la brújula se corra ni un grado de su eje.