Kingsman, el servicio secreto

Crítica de Roger Koza - La Voz del Interior

Licencia para jugar.

Paródica y festiva, Kingsman, servicio secreto, la película basada en el comic The Secret Service se destaca por las escenas de acción y la actuación de Colin Firth.

En el travelling hacia atrás sobre un estéreo, un poco antes de que un helicóptero irrumpa en el cuadro transformándose en el centro de la escena, registro sostenido por un (falso) plano secuencia en el que se ven todo los procedimientos de un rescate que tiene lugar en el Medio Oriente durante 1997, Kingsman: el servicio secreto expone cierta ambición formal que podrá corroborarse a lo largo de toda la película. Ambición aquí no significa seriedad, pues la liviandad de tono es una regla, incluso cuando vuelen cabezas y un cuchillo pueda finalizar su trayectoria en el ojo de un hombre.

En esa misión en Medio Oriente perderá la vida uno de los agentes de este servicio secreto británico conocido como Klingsman, organización secreta nacida en el siglo XIX, como le explica en algún momento el experimentado agente Harry a Eggsy, un joven aspirante que intentará ingresar a la organización de espías. El pasado los reúne, ya que el padre de Eggsy, alguna vez agente, perdió la vida en defensa de Harry, como también queda en claro en la segunda escena del filme, un poco antes de que toda la historia salte a nuestro tiempo, cuya primera secuencia transcurre en Argentina. Ahí aparecerán los malos: Samuel L. Jackson, interpretando a un demente típico de estas películas, acompañado por una joven guerrera capaz de partir al medio un cuerpo con sus zapatos-prótesis.

El problema de fondo -según el antihéroe en cuestión- es que la humanidad es demasiado numerosa, de lo cual surge un plan de exterminio en el que los hombres se matarán entre sí inducidos por un sistema de manipulación de la conducta. Así, la estructura narrativa en Kigsman: el servicio secreto se desdobla entre el entrenamiento de Eggsy y las pruebas que tiene que pasar para ganarse un lugar entre los agentes y la contienda final entre la agencia de inteligencia y el malvado de turno.

Paródica y festiva, esta transposición del cómic The Secret Service a cargo de Matthew Vaughn (Kick-Ass) tiene un par de secuencias notables: la percepción especial y el seguimiento del movimiento de los cuerpos en el pasaje en el que Colin Firth lucha con un paraguas contra varios matones es ejemplar, y en cierto sentido también excepcional, dada la constante torpeza con la que suelen filmarse en la actualidad las peleas cuerpo a cuerpo.

Si bien la verosimilitud no está entre los objetivos del filme, como tampoco insinuar un contexto político, las citas constantes a James Bond e incluso Jason Bourne no son meros reconocimientos al paso. La aproximación lúdica no exime cierta lucidez: el héroe del filme no es justamente un prototipo de la aristocracia inglesa y el rol de las mujeres es bastante más ambiguo de lo que parece, aunque aquí se recupera el típico giro machista del 007 por el cual el agente siempre terminaba su misión encamándose con una mujer hermosa. El puritanismo sacrificial del último Bond quedará entonces para el oficialismo del espionaje, al igual que cierta tendencia a un existencialismo grave.