Juventud

Crítica de Rolando Gallego - El Espectador Avezado

Paolo Sorrentino hace años que viene forjando una carrera a fuerza de impacto y proyectos personalísimos. El Oscar recibido por “La gran Belleza” le permitió conseguir la financiación para plasmar en “Juventud” (2015) algunas visiones, perversiones y reflexiones con las que ya venía trabajando en su obra.
A falta de Tony Servillo, en esta oportunidad las figuras que lo ayudaran a narrar serán nada más ni nada menos que Michael Caine y Harvey Keithel, quienes interpretarán a dos amigos (o hay algo más entre ellos?) que además son consuegros y que verán como en el ocaso de sus días las posibilidades que se les presentan pueden más que las rutinas más odiosas a las que diariamente se exponen.
“Juventud” arranca con un apocado director de orquesta llamado Fred Ballinger (Caine) intentando rechazar a toda costa la solicitud de participar en un evento de la realeza británica para la que es convocado.
El emisario de la Reina se desespera ante la inercia de Ballinger ante la propuesta, porque éste, inmutable, sabe que ni todo el oro del mundo lo sacará de su retiro en un lujoso spa y mucho menos de sus obsesiones particulares, miss mundo, el papel de un bombón, los encuentros con un monje tibetano y cualquier otra decisión que a él lo termine completando como persona.
Un día su hija Lena (Rachel Weisz) le da la noticia de su separación y que además pasará unos días con él, pero su reciente ostracismo hará que más que un encuentro, esa recuperación del vínculo con ella sea más un obstáculo que una alegría.
Sorrentino narra con la ampulosidad, obsesión y minuciosidad que lo destaca, esta historia de personas que quieren cerrar su historia y de otras que deben, de un momento para el otro, rever su destino.
Mientras Ballinger reflexiona, su amigo Jimmy (Keithel), un guionista con pocas ideas, siempre rodeado por un séquito creativo que lo ayuda a conseguir las mejores historias para una diva de Hollywood (Jane Fonda) que está cansada de él, lo ayuda a tomar algunas decisiones, y en las largas conversaciones, en ese ambiguo vínculo de amistad y deseo se va conformando la propuesta de “Juventud”, un fresco que se potencia más que por su trama por su cuidada puesta en escena.
Sorrentino es un artista, un plano circular inicial, que se suma a la simetría casi obsesiva de cada una de las escenas y la colorida paleta con la que decide bañar las imágenes, terminan por consolidarlo, junto con quizás Alejandro Iñárritu, como uno de los directores más megalómanos de la contemporaneidad.
Los personajes secundarios son solo la excusa para seguir hablando de Ballinger y sus deseos, pero en el hallazgo de ese Maradona terminal, obeso, degradado, consumido por vicios, o en esa pareja que diariamente encuentran en el restaurant del lugar, en silencio, hasta el estallido, es en donde “Juventud” se permite transgredir algunos puntos que si se siguiera en la línea inicial se perderían.
La hija le reclama, el amigo lo acompaña, los números musicales contextualizan la acción y el detalle de rostros, imágenes, cuerpos, casi de manera fotográfica, terminan por componer con libertad el lienzo sobre el cual el director trabaja.
“La libertad es una tentación terrible” dice Ballinger, algo que el propio Sorrentino diría, pero al cual le agradecemos la posibilidad de seguir ejerciendo su soberanía en el cine y su mirada obsesiva y detallada.