Juventud

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

El voyeur ataca de nuevo

El director italiano redobla la apuesta con una película que sigue la línea de las anteriores Las consecuencias del amor, El amigo de la familia, Il divo, This Must Be The Place y La grande bellezza.

Tras ganar hace el premio Oscar al mejor film en idioma extranjero con La grande bellezza, Paolo Sorrentino regresó a Cannes con una película que lo muestra igual de estridente, ampuloso, manierista y provocador.

¿Qué es Juventud? Una película hablada en inglés con intérpretes de renombre, como había ocurrido con This Must Be The Place, encabezada por Sean Penn. Ya no está ese músico en decadencia ni tampoco el Jep Gambardella de Toni Servillo al frente del elenco, aunque esta vez son Michael Caine y Harvey Keitel quienes de alguna manera toman la posta en esta suerte de continuación todavía más extrema, ampulosa y recargada de La grande bellezza.

Acompañados por figuras como Rachel Weisz, Paul Dano y Jane Fonda, Caine y Keitel dan vida a dos directores (uno de orquesta, el otro de cine), pero mientras el Fred de Caine ya está retirado (hasta que recibe una propuesta de conducir un concierto delante de la Reina de Inglaterra), su amigo Mick (Keitel) está en plena preparación de su “obra maestra” acompañado por un equipo de jóvenes guionistas.

Esta vez no aparecen las faraónicas fiestas romanas de La grande bellezza, pero eso no quiere decir que en el lujoso resort y spa ubicado en los paradisíacos Alpes suizos donde transcurre buena parte del film (hay también algún viaje aislado a Venecia) no haya lugar para los excesos, la ampulosidad, el patetismo, los caprichos, las arbitrariedades y la autoindulgencia tan típicas del cine de Sorrentino: desde una suerte de Diego Maradona obeso y con tanque de oxígeno (Roly Serrano) hasta una versión de Adolf Hitler que desayuna solo ante la curiosa y desesperada mirada del resto de los huéspedes.

Por supuesto, también hay muchos números musicales (desde actuaciones en vivo de Paloma Faith hasta el concierto final, pasando por pasajes con Caine dirigiendo una “orquesta” con ruidos de la naturaleza y cantos de los animales), estilizados videoclips y escenas publicitarias, y espacio para el voyeurismo con esculturales mujeres casi siempre desnudas para otra mirada no exenta de misoginia y machismo (aunque también con cierta emoción y nostalgia a la hora de explorar las sensaciones propias de la vejez) por parte del director italiano, al que el siempre fiel Festival de Cannes, que nunca dejó de seleccionar sus películas, ha convertido en uno de los autores más amados (saludado como el nuevo Federico Fellini) y odiados (por sus imposturas) del cine mundial.