Juventud sin juventud

Crítica de Diego Batlle - La Nación

Una narración tan ambiciosa como deforme

El film más experimental de la carrera de Coppola

Tras una larga inactividad (más de una década) y antes de filmar Tetro en la Argentina, Francis Ford Coppola regresó a la dirección con un pequeño proyecto independiente rodado en Rumania a partir de la novela escrita en 1976 por el local Mircea Eliade. Quienes esperen encontrar aquí ecos del realizador de clásicos como La conversación, Apocalipsis Now, Tucker, un hombre y su sueño o la saga de El Padrino saldrán defraudados.

Estamos ante una de las películas más experimentales ya no sólo de sus 45 años de carrera sino también del cine norteamericano de los últimos tiempos. Coppola -al igual que en la posterior Tetro - no se priva de nada: ni siquiera de sus propios caprichos ni de los excesos de una grandilocuente y por momentos solemne (sobre todo en el uso de la voz en off ) apuesta por el artificio y por la mezcla de géneros.

Entre el melodrama romántico, el cine histórico (que incluye la sombra del nazismo) y elementos visuales propios del noir , Coppola construye un film recargado y operístico, sobre el tiempo y el espacio, lo real y lo onírico, que se centra en las desventuras de Dominic Matei (Tim Roth), un veterano profesor de lingüística que es quemado por un rayo en plena calle de Bucarest durante una noche lluviosa de 1938. El protagonista se salva de milagro y queda hospitalizado al cuidado de un doctor (Bruno Ganz) mientras sueña con el viejo amor de toda su vida (Alexandra Maria Lara) y luego concreta viajes por todo el mundo y estudia complejos idiomas.

La película -no lineal y con un tono entre existencialista y metafísico- abarca varias décadas y coquetea con lo sobrenatural, lo surreal, el realismo mágico y hasta con un lirismo decididamente kitsch . Entre elementos que remiten a Michelangelo Antonioni, a Orson Welles y a la reciente El curioso caso de Benjamin Button , Coppola moldea una narración tan ambiciosa como deforme, cuyo resultado final está lejos de sus grandes trabajos, pero que no deja de ser estimulante, especialmente viniendo de un director que, a los 70 años, podría haberse quedado en lo seguro y que, en cambio, sigue buscando nuevas formas y temas para su cine.