Juntos... pero no tanto

Crítica de Javier Porta Fouz - La Nación

El guionista de esta película, Mark Andrus, es el de Mejor imposible, otra película con un señor en proceso de ablande. En esa película de 1997, el caso era Melvin Udall (Jack Nicholson), un obsesivo-compulsivo. Aquí es Oren Little (Michael Douglas), egoísta y excesivamente gruñón agente inmobiliario. Juntos pero no tanto es una Mejor imposible -no deja de ser curioso que los títulos de estreno locales de ambas películas lleven puntos suspensivos- con menos filo y menos brillo, y con muchas menos chances de perdurar tanto como la película de James L. Brooks en la memoria cinematográfica.

Dirige Rob Reiner, es decir el mismo de This Is Spinal Tap, Cuenta conmigo, Cuando Harry conoció a Sally y Misery (también tiene otros títulos no tan memorables, sobre todo últimamente). Reiner también actúa en Juntos pero no tanto en un papel secundario, como pianista con peluquín. Su gran personaje de la temporada, sin embargo, no es éste, sino el desaforado padre del aún más desaforado DiCaprio en El lobo de Wall Street, de Martin Scorsese.

Establecidas las comparaciones poco favorables, hay que apuntar que Juntos es una comedia romántica protagonizada por un señor de 69 años y una señora de 68 (Diane Keaton, que interpreta a una cantante viuda) que se plantea como de alta intensidad. En este contexto, significa que a: se revelarán muchos hechos del pasado de estos personajes con un alto componente emotivo; b: en el presente les pasarán cosas -la aparición de una niña, un parto- también con alto componente emotivo; c: la velocidad a la que se presentarán a y b más los numerosos chistes -verbales, algo de slapstick- será muy alta. Juntos pero no tanto es una comedia romántica con protagonistas de casi setenta años planteada rítmicamente como para competirle a la película más vertiginosa que se encuentre en cartelera.

En un menú cinematográfico que es mayormente un mix de títulos argentinos y películas con muchos efectos especiales, Juntos hasta puede destacarse a pesar de -o gracias a- todos sus convencionalismos. Los defectos ya apuntados y una música excesiva que comenta y subraya demasiado tienen como contrapeso un director que -si bien claramente ya no es el de antes- puede narrar con eficacia en medio de tanta velocidad emocional y cómica. Además, hay muchos diálogos perfectamente escritos y bien dichos, bien interactuados por los dos protagonistas, y aún mejor por Douglas y la veterana Frances Sternhagen, que crean una relación de amistad laboral digna de la mejor tradición de la comedia screwball de los años 30 y 40 del siglo pasado..