Julieta

Crítica de Rolando Gallego - El Espectador Avezado

Volver a filmar. Tomar historias ajenas, en este caso de la laureada escritora Alice Munro, tres para ser más específicos, y recuperar con ellas una manera de narrar que hace tiempo había dejado de lado y que se extrañaba.
Tras algún impasse (traspié para muchos) y vuelta a la comedia más gamberra o bizarra (“Los Amantes Pasajeros”), el realizador manchego, el más famoso de su país, con este nuevo filme sólo reafirma la imperiosa necesidad, para él y sus seguidores, de regresar al melodrama, aquel género que le permitió obtener sus mayores logros y al que también tanto le ha aportado.
Pedro Almodóvar vuelve con “Julieta” (España, 2016) a un cine intimista, de sentimientos, de personajes inmensos, de emociones, de sensaciones, y con una impronta que lo acerca a historias profundas y sentidas como “La flor de mi secreto”, “La piel que habito” o “Todo Sobre mi Madre”, pero sin el espíritu coral de éstas y sin relegar su control sobre, ya no sólo el dispositivo, sino, principalmente, la imagen y su capacidad para manipularla y empatizar con ella.
Así, si en “Julieta”, una mujer (Emma Suarez/Adriana Ugarte) ve como la tragedia golpea a su puerta en varias oportunidades es el disparador del relato, Almodóvar evitarla la linealidad y jugará con la narración de estas tragedias para urdir una compleja trama que con la utilización del racconto y el flashback le permitirá introducir la historia principal, la de una desgarrada madre partida por la desaparición de su hija.
“Julieta” está a punto de cambiar de vida, acompañando a su pareja (Dario Grandinetti) se mudará a Portugal sin otro plan más que pasar el tiempo entre recuerdos y lecturas de clásicos que la han marcado a fuego.
Mientras hace las valijas, prepara todo, ordena la casa que dejará y elige libros, ropa, utensilios, y cosas que siente que necesitará en el país vecino, reflexiona sobre su presente, pleno, completo, con un horizonte inmenso al frente y en el que, al menos en apariencia, podrá cumplir todo lo que se propuso.
Porque mientras Julieta cree tener un control sobre su vida, alejada de oscuros secretos y temas que la han alejado de su verdadero yo, inevitablemente el pasado la volverá a atrapar, literalmente a la vuelta de la esquina, sin posibilidad de mirar hacia otro lado o desatender al llamado que éste le realiza.
Y en ese encuentro fortuito con el pasado, breve, fugaz, ella deberá reflexionar sobre sí misma y cómo a partir del silencio de un ser amado y una ausencia que la desgarra y la deja con una herida dolorosa, su vida no ha tenido el sentido que originalmente imaginó para su futuro.
Almodóvar narra esto con sutileza y control, algo que no sólo se refleja en los primerísimos primeros planos con los que decide contar el cuento, sino también, por la elección de colores (colorado pasión, azul calma, etc.) que configuran el escenario en el que la joven y la madura Julieta atraviesan sus días.
Una serie de secundarios, algunos prescindibles (Ava: Inma Cuesta) y otros necesarios y precisos (Marian: Rossy de Palma), también conforman el contexto en el que Julieta desandará su amor irrefrenable por su pareja, hija y allegados.
Si por momentos en “Julieta” el director declina a continuar con su manierismo y explosión de artificios a las que nos tiene acostumbrados, también habla de su necesidad de reencontrarse con un cine que no abusa de mañas, al contrario, en lo despojado de algunos cuadros, con tan sólo ver un plano, es en donde Almodóvar vuelve a su cine más intenso y en el que aún se puede reconocer y reflejarse.