Jugando por amor

Crítica de Santiago García - Tiempo Argentino

Muchas jugadas de pizarrón

La nueva producción hollywoodense del director italiano Gabriele Muccino es una comedia romántica a la que por momentos le agrega elementos de drama. Y se enreda.

Las películas no tienen que ser todas imprevisibles; hay muchos géneros e historias cuya base es justamente que el espectador sepa cómo va a terminar y que la diversión consista en ver como desarrolla el camino su director. La comedia romántica es una de ellas.
Ahora bien, Jugando por amor es una comedia romántica que por momentos es simplemente una comedia y por otros es una comedia dramática. Es decir que su mayor problema es que no define con claridad sus objetivos.
El director italiano actualmente en Hollywood Gabriele Muccino tiene una interesante carrera donde juega con todas estas ideas de género. En Italia hizo films muy populares como Ahora o nunca y El último beso. En los Estados Unidos impactó con Siete almas y En busca de la felicidad.
Aquí cuenta la historia de una ex estrella del fútbol inglés (Gerard Butler) que vive en los Estados Unidos e intenta conseguir trabajo en televisión como periodista deportivo y a la vez recuperar la relación con su pequeño hijo. El trabajo y el hijo, el superar aquellos años de gloria y asumir una nueva etapa con madurez. La cercanía aumenta cuando él dirige el equipo de fútbol infantil donde juega su hijo.
Esos son los temas de la película, al menos los que se presentan desde el comienzo. Sin embargo, el guionista deseó agregar la historia de amor. Y se enredó por completo.
Jugando por amor tiene algunos momentos cómicos, otros incómodos pero se va desarmando en su emotividad forzada. Muccino maneja, al menos en este caso, mejor el humor que la emoción. Se abandonan situaciones, se prometen cosas y luego todo se va resolviendo de forma acelerada. Esta falta de rigor obedece a que la historia quiere llegar a un final y para que el espectador no adivine ese final es capaz de hacer cualquier cosa con el guión. Pero esto a la película la desarma, no la mejora.
El ritmo narrativo es bueno, los actores tienen algunos momentos simpáticos y el hijo del protagonista (interpretado por Noah Lomax) brilla en una interpretación sobria y efectiva.
Justamente la exploración de la relación padre hijo parecía ser el tema original de la película, pero los personajes de la madre (Jessica Biel) y varias madres de otros chicos, interpretadas por Uma Thurman, Catherine Zeta-Jones y Judy Greer, lo complican. Incluso el hombre rico y poderoso que interpreta Dennis Quaid tiene poco para aportar.
La película es divertida, pero es muy difícil encontrarle un sentido.