Jugando por amor

Crítica de Agustín Neifert - La Nueva Provincia

Una comedia hecha para lucimiento de Butler

El italiano Gabriele Muccino, muy recordado por El último beso, filmada en Roma y con un cierto perfil testimonial, reside desde 2005 en Estados Unidos. Allí filmó En busca de la felicidad (2006), Siete almas (2008) y ahora Jugando por amor.
Su incorporación a Hollywood fue, para él, un acierto en términos económicos, pero el precio a pagar, como le ocurrió a otros directores europeos, era la pérdida de su identidad creativa, de un estilo narrativo y una temática que sólo pueden consolidarse con los valores y la cultura de su país.
Y lo que era previsible, ocurrió. Jugando por amor es una genuflexión total al cine de Hollywood y también, en este caso, al coproductor y protagonista de este filme, Gerard Butler.
Butler interpreta a George Dryer, un ex jugador de fútbol que hizo su campaña en equipos europeos y se retiró a los 36 años; casado con Stacie (Jessica Biel) y un hijo llamado Lewis (Noah Lomax). Pero como fue un tarambana, se divorció cuando Lewis tenía cuatro años. Madre e hijo, después de nueve años, residen en un pueblo de Virginia.
En el inicio del relato George manifiesta dos propósitos: convertirse en comentarista de fútbol, para lo cual parece tener algún talento, y recuperar el afecto de su hijo. Lo que no tiene es vergüenza y dinero. Nadie puede explicar y el director tampoco lo hace, en qué invirtió o perdió las ganancias obtenidas durante sus exitosas temporadas en Europa.
Convencido de que alguna vez debe procurar ser responsable, George se instala en el pueblo donde vive su hijo y su ex esposa, que está en trance de contraer nuevo matrimonio. Y resulta lícito pensar que donde hubo fuego, brasas quedan.
Por cuestiones ajenas, debe asumir la condición de entrenador del equipo de fútbol en el que juega su hijo, y esta circunstancia lo convierte en centro de atención de varias madres de otros chicos, que desde el primer día manifiestan dos vocaciones muy fuertes: la de ser extremadamente estúpidas y potenciales prostitutas.
También debe soportar el acoso, pero por otras razones, del patrocinador del equipo, el arrogante Carl King (Dennis Quaid), un empresario con mucho dinero, pero aun así es dueño de una sola Ferrari.
La película está pensada para lucimiento de Butler, que demuestra algunas aptitudes actorales y también para el fútbol, pero se desenvuelve, por propia elección, en un mar de tópicos y clisés, y todo enmarcado en una estructura fílmica que hace agua por varios flancos.
Resultan lamentables las patéticas actuaciones de Uma Thurman (Patti), Catherine Zeta-Jones (Denise) y Judy Greer (Barb). La necesidad tiene cara de hereje, dice el refrán, y algo de eso parece que les ocurre a esas damas y al señor Quaid.
Lo rescatable de este filme es el afán de George de corregir su deplorable comportamiento de otros tiempos y su búsqueda de redención personal a través de la reconquista del cariño de su hijo. Es el filón más positivo y el único realmente rescatable de esta propuesta fílmica.