Juegos de muerte

Crítica de Javier Porta Fouz - La Nación

Científicamente mala

Juegos de muerte ( The Collection en el original) vendría a ser una secuela. Un hombre enmascarado y malo -que tuvo su origen en la acá llamada El juego del terror ( The Collector ) - secuestra, encierra, tortura y mata gente. Mucha gente. Lo hace de diversas maneras, pero mayormente con dispositivos ( gadgets ) filosos, a veces de gran porte y complicada estructura, como si tuviera un contrato con la industria metalúrgica para usar sus derivados de formas macabras e imaginativas. El enmascarado éste, por momentos, es pura maldad, tal vez el ser más malvado del terror, es malísimo. La película que lo contiene también es malísima, de esas que podrían considerarse científicamente malas, de las que desaprovechan incluso una masacre bestial como la del principio. Hay un director en los títulos, se llama Marcos Dunstan, también de la mencionada El juego del terror y guionista de algunas de las llamadas El juego del miedo (se recaudaría muy bien si se cobrara un impuesto al uso inapropiado de la palabra "juego" en los títulos locales). Aparentemente inconsciente de que el cine tiene imagen, este señor Dunstan desconoce la construcción visual del espacio: el interior de un hotel abandonado (no tan abandonado, uuuh ) es denominado por un personaje como "un laberinto", probablemente una idea de Dunstan y el otro guionista para justificar que nunca se tiene idea de qué hay fuera de campo (ni como amenaza, ni en función de la continuidad espacial, ni para la fluidez de los movimientos). Tampoco sabe construir suspenso ni inteligibilidad en un ambiente reducido y simple filmado en planos medios con dos personajes (los ejemplos son los siguientes: todos). Las peleas las filma con muchos planos, y éstos son editados velozmente a la bartola. Resultado: la acción más elemental carece de claridad.

La chica protagonista se parece a Natalie Portman y a Antonella Costa, y los actores ejecutan sus papeles con el nivel de la tercera línea de un directo a video de 1992, de esos con cajitas hoy dignas de un museo kitsch. La borrosa imagen también es como de VHS, pero con el cabezal sucio. Sí, hay momentos tan absurdos que pueden llevar a la risa (un agujero en la pared que encuadra como una cámara, la elipsis peor hecha del universo, un pedazo de corpiño muy hábil, un contraluz azulado y humeante del malo con dos perros peleados con el peine, y mucho más), pero para ponderar este dudoso atractivo siempre recuerden que los críticos no pagamos la entrada.