Judas y el mesías negro

Crítica de Maximiliano Curcio - Revista Cultural Siete Artes

Valientes retratos de la realidad afroamericana en Norteamérica, a lo largo del siglo XX, han sido llevados a la gran pantalla con encomiable entereza. El talento de insurgentes cineastas, como Barry Jenkins, Ava DuVernay, Jordan Peele, Ryan Coogler y Nate Parker, se ha establecido en la industria, como estandartes de una camada dueña de unas convicciones estéticas e ideológicas francamente poderosas. Hay cine de color en Hollywood después de Spike Lee. Y existen valiosos eslabones que han actuado de elemento de cohesión, como Lee Daniels, Antoine Fuqua, John Singleton o Denzel Washington. Brillantes visionarios que, detrás de cámara, han testimoniado el padecimiento, la segregación y la xenofobia sufrida por su comunidad, de generación en generación.

En búsqueda de la igualdad y la integración, en tiempos del Black Live Matters, el orgullo negro alza su puño y voz al cine hegemónico: es hora de que conozcamos la otra cara de la historia. El presente film ofrece una justa perspectiva a la polémica coyuntura política, social y cultural que rodeara los años de proliferación del partido de las Panteras Negras, organización revolucionaria que se mantuviera activa desde 1966 a 1982. Centrándose en su líder, el activista Fred Hampton, el relato se inmiscuye en la implacable persecución que realizara el FBI, perpetrando arrestos, manipulando confesiones, forzando delaciones y cometiendo asesinatos. Relato profano de intención documental, crónica electrizante de un tiempo violento, “Judas y el Mesías Negro” se conforma como una arriesgada mirada hacia el volcánico epicentro de un país que destilaba el primitivismo de la supremacía blanca, al tiempo que patriarcas negros como Martin Luther King o Malcolm X caían acribillados a balazos.

El realizador Shaka King se muestra como un vibrante y laborioso artesano del lenguaje cinematográfico, llevando a cabo un retrato que exuda crudeza y salvajismo. Sus elecciones estéticas recuerdan a la osadía que ostentaban ciertos ejemplares del Neo-Hollywood, fértil usina vanguardista que coloca las coordenadas espacio-temporales en idéntico emplazamiento a esta historia real: el núcleo social de una potencia mundial resquebrajada en lo moral y enferma de intolerancia.

Por su retrato del revolucionario Hampton, el intérprete Daniel Kaluuya obtuvo el Premio Oscar al Mejor Actor de Reparto, continuando la senda trazada por el afroamericano Mahershala Ali, quien alcanzara dos de dichas estatuillas a lo largo de las anteriores cinco ceremonias. Un reconocimiento que contempla la apertura con la que la Academia lava sus culpas pasadas, mensura el revisionismo y compensa la honestidad intelectual de la hermandad artística negra como aporte inestimable a su fragmentado presente cinematográfico.