Juan y Eva

Crítica de Javier Porta Fouz - HiperCrítico

Prolija, plúmbea y peronista

En algunos de sus afiches, Juan y Eva promete “la historia de amor jamás contada”. Sin embargo, la película –basada en un relato del actual Secretario de Cultura de la Nación, Jorge Coscia– pierde en muchos momentos la línea romántica y termina convirtiéndose en un relato bastante pétreo sobre el nacimiento del peronismo.

En los títulos de inicio se dedica la película a Leonardo Favio. Favio, un notorio genio cinematográfico, creó un Perón y una Eva ficcionales en Gatica, el mono e hizo un “documental” pasional, soñador y bellamente excesivo, titulado con toda lógica Perón, sinfonía del sentimiento. Desde el calor, la intensidad y el vuelo al que nos remite el nombre de Favio entramos a Juan y Eva, una película prolija, por momentos esforzadamente caligráfica, con miedo al error, marmórea. Esos travellings en los que vemos a los extras hacer como que “conversan casualmente”, ese piano omnipresente al principio, esa música final trepidante de Iván Wyszogrod que remite a su propio trabajo en Gatica, esas decenas de diálogos con demasiada conciencia de la posteridad, esos planos rigurosamente compuestos y sobretrabajados en la iluminación (Perón y Duarte en la cama): estos y otros recursos van armando no tanto una historia de seres humanos y pasiones políticas sino más bien la ilustración en estampitas, con marco de bronce, de una parte de la biografía de los fundadores de un movimiento al que el relato adhiere convencido. Del lado de Perón y Eva están los buenos, del otro lado los malos, con menciones bien explícitas sobre “la oposición” para que sean leídas en clave actual (¿o es que la actualidad ya fue construida simbólicamente de forma demasiado análoga a algunos relatos sobre la década del cuarenta?). Pertinaz claridad para pertinaz construcción ideológica.

Pero el cine, parafraseando a Rodrigo Tarruella en su crítica de Los gritos del silencio (publicada en Tiempo Argentino en 1985, cuando el diario era pro radical), no se lleva bien con la construcción de imágenes con sentido único (de hecho, las imágenes suelen rebelarse y no permitir ese sentido, pero ese análisis es para otro texto). Y ahora, en lugar de parafrasear, citemos a Tarruella: “los ‘films de guerra’ de Fuller son metáforas sobre la tenacidad y la locura y no relatos literales sobre ‘hechos reales’. De ahí su permanencia en el tiempo.” Juan y Eva pudo haber sido una buena película sobre los celos, la determinación y la obstinación. Uno de los mejores momentos de Julieta Díaz como Eva es cuando adquiere rasgos siniestros y amenazadores en sus celos y en sus ansias posesivas, que buscan conservar a Perón para sí y a la vez construir y formar parte del poder futuro. Cuando Díaz comparte la escena con María Ucedo (que interpreta a Blanca Luz Brum) la película se vuelve inestable, atractiva, se aparta de lo obvio (que tiende con demasiada frecuencia a lo tedioso). Blanca Luz Brum es un personaje que merecería una película, y María Ucedo una actriz que bien vale un protagónico. Pero la película descarta la metáfora, y la línea histórica contada desde el peronismo oficial se vuelve la dominante y, más allá de algunos “hijos de puta” vociferados con ahínco y un par de menciones a las braguetas, queda un cine de reconstrucción histórica que llega a su colmo en la conversación de maqueta entre los generales Farrell y Ábalos en la casa de gobierno (no están ni Juan ni Eva en ese momento) y en las machaconas y casi risibles insistencias en que sepamos que los sucesos del final ocurrieron el 17 de octubre de 1945 que, según se nos comunica, ese año fue un miércoles.