John Wick 4

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Cabello grasoso cayéndole a los costados del rostro, cuando no está mojado, por agua o sangre. Reflejos rápidos, voz ronca y humor apenas contenido. Así es John Wick, así lo fue siempre, y más aún en esta John Wick 4 en la que la acción -y la venganza- es mayor que nunca.

Bien dicen que, en el cine, hay elementos que se ven mejor que en la vida real. Y no hablamos de efectos. Son las gotas de agua, los vidrios rotos, las luces azuladas o rojas. No son por sí ingredientes fundamentales, pero a la acción de John Wick 4, con un Keanu Reeves desatado, le sientan mucho mejor.

La estilización de la acción, o habría que decir de los combates cuerpo a cuerpo, los tiroteos a distancia (o a medio metro), las persecuciones en automóvil o moto que el ex doble de acción convertido en director Chad Stahelski, realizador de las cuatro John Wick, ha logrado adquiere en esta ¿culminación? -la quinta estaría en preproducción- unos toques épicos.

Certero, letal, incansable
Para quienes no conozcan a John Wick, el personaje de Keanu Reeves es un asesino, pero no del montón. No solamente es certero y letal, sino que es incansable. En este cuarto episodio de la saga lo hacen golpear, maltratar, disparar y más a cientos de personajes. Y no exageramos. La recordada escena de La novia (Uma Thurman) en Kill Bill es un poroto al lado de todo lo que pasa en John Wick 4.

La trama probablemente en esta película sea lo de menos, ya que se asemeja más y más a un videojuego. Violento, claro, ya lo dijo Reeves a Clarín: ésta es la película de acción más compleja que le haya tocado protagonizar. Y por varios motivos, no solamente porque es la más larga de la saga (169 minutos, casi tres horas), que no se resienten para nada, en ningún momento, porque es como subirse a una montaña rusa interminable. Sin descansos.

La cabeza de Wick desde hace tiempo tiene precio. Más cuando comete un asesinato, y La Mesa, esa hermandad de asesinos de la que formó parte y de la que quiere quedar libre, lo quiere eliminar de una vez y para siempre.

Quien tiene ahora el poder supremo de La Mesa es el Marqués de Gramont (Bill Skarsgård), un francés de buenos modales -bueno, hasta ahí-, un caballero que hará todo lo que sea necesario para triunfar. También, un niño rico caprichoso. El actor sueco que es Pennywise en la saga de It, aquí sin maquillaje, es tan tenebroso como el personaje imaginado por Stephen King.

Wick -su nombre puede entenderse como la abreviatura de "malvado"- pasó de ser un antihéroe a un superhéroe. No tiene superpoderes, no es tampoco Neo, pero esquiva las balas como el protagonista de Matrix. Alguna da en su cuerpo. No importa.

Pero Reeves no está solo. Además de Skarsgard hay todo un elenco que lo respalda, estén de un lado o del otro de la grieta, sean asesinos buenos o malos. La lista la encabeza Donnie Yen, como un amigo asesino ciego (como su personaje en Rogue One), al que debe enfrentarse. Vuelven Ian McShane, el recientemente fallecido Lance Reddick y más.

Como hay mucha producción, y se nota, no importa lo inverosímil porque John Wick 4 no pretenderá ser candidata al Oscar al mejor guion original. Hay trajes a prueba de balas, se filmó mucho de noche, hay varias secuencias de planos largos, extensos (presten atención al plano secuencia cenital), escenas rodadas en Nueva York, Berlín, algún desierto y más que nada París y sus alrededores. No faltan el Museo del Louvre, Versalles, la torre Eiffel, el Trocadero, Moulin Rouge, la Opera Garnier.

Y hay dos momentos cúlmines: la persecución cerca del Arco de Triunfo y otra en Montmartre, en los famosos los 222 escalones de la escalera que conduce a la basílica de Sacré-Coeur.

Corazón no es lo que le falta a John Wick 4. Y no le sobra nada.