Jigsaw: el juego continúa

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

La carne flagelada

Considerando que hablamos del octavo eslabón de la franquicia iniciada con El Juego del Miedo (Saw, 2004), y el primero en siete largos años, sin dudas Jigsaw (2017) es un trabajo bastante potable que se las ingenia para todavía sacarle el jugo a una premisa sencilla pero poderosa centrada en una sucesión de “pruebas” morbosas a las que un vigilante -símil asesino en serie sumamente meticuloso- somete a un grupito variopinto de individuos con el objetivo manifiesto de hacer justicia de una manera visceral, todo a su vez vinculado al gustito por los sacrificios ejemplificadores. Si bien el protagonista murió a mediados de la saga, su legado sigue presente y en esta oportunidad hasta llega a colarse en el título, en función de lo cual podemos vislumbrar la intención de comenzar un nuevo arco narrativo, uno relativamente independiente del resto de este “grado cero” del bello porno de torturas.

El guión de Pete Goldfinger y Josh Stolberg respeta el andamiaje paradigmático de antaño con los juegos corriendo en paralelo a la investigación de las autoridades, en esencia porque en esta colección de slashers enrevesados siempre fue crucial la influencia del film noir y los policiales hardcore de la década del 90: así las cosas, por un lado tenemos a las ahora víctimas/ otrora victimarios encadenados, encerrados o simplemente obligados a atravesar unos obstáculos/ rompecabezas que derivan en coloridos ajusticiamientos por actitudes y acciones reprobables, y por el otro lado está la pesquisa de los uniformados en torno a dar con el culpable y detener la masacre. Aquí asimismo se retoma el ardid narrativo de sembrar dudas sobre la muerte del amigo John Kramer (Tobin Bell), apodado Jigsaw, para pasearnos por la posibilidad de que la nueva cruzada no sea obra de un imitador o secuaz.

A pesar de que la propuesta cuenta con su buena carga de gore y mantiene el sadismo en las escenas principales, llama la atención que se haya decidido no enfatizar las “muertes artísticas” de las entradas previas en pos de balancear -como señalamos con anterioridad- un relato bipartito más clásico, en especial si pensamos en la vieja regla tácita de las secuelas, esa orientada a multiplicar exponencialmente lo que sea que haya funcionado a nivel retórico en el pasado. Desde ya que no hay ni un gramo de originalidad a esta altura del partido y que el convite está dirigido exclusivamente a fans de la franquicia, no obstante la ejecución de los hermanos Michael y Peter Spierig es muy digna: los realizadores alemanes, responsables de las interesantes Undead (2003), Vampiros del Día (Daybreakers, 2009) y Predestination (2014), construyen un producto clase B rutinario pero entretenido.

Como si se tratase de un antiguo conocido con el que nos reencontramos de golpe, alguien que no nos sorprende aunque dispara momentos de alegría, Jigsaw se las arregla para evitar toda nostalgia explícita porque se concentra en hablarnos de un presente que recupera gran parte de los elementos que teníamos en la memoria de forma natural, recreándolos más que recurriendo a la autoreferencia: aquí nos volvemos a topar con esa verdadera pasión por los motores, los engranajes, las poleas, las sierras, los cuchillos y cualquier utensilio cortante, con una poesía irónica encubierta bajo los castigos y finalmente con el latiguillo de señalar que casi ningún personaje es inocente (los sospechosos abarcan nuevamente desde los detectives hasta los médicos forenses que hacen las autopsias de turno). En una época como la nuestra en la que el terror cada día mejora más en variedad y calidad pero aún persisten productos asépticos y aniñados, el regreso de la carne flagelada suma efervescencia al panorama general y despierta un interrogante acerca de la dirección que tomará la saga a partir de esta amena refundación, una que no será una maravilla aunque lee bien la fórmula de base ya que subraya el dolor de características expiatorias y no sólo el dolor a secas…