J. Edgar

Crítica de Natalia Trzenko - La Nación

El film de Clint Eastwood relata la vida pública y privada de un personaje polémico

Cuando de películas biográficas se trata, J. Edgar es una rareza. Es que si bien relata hechos conocidos y documentados sobre la vida pública y profesional del temido director del FBI J. Edgar Hoover, también explora su intimidad. Esa parte de su existencia repleta de secretos, represión y traumas familiares que algunos -depende si se trata de defensores o detractores- niegan y otros afirman como la verdad detrás del hombre fuerte de las fuerzas de seguridad norteamericanas durante más de cuarenta años. Lo cierto es que el film dirigido por Clint Eastwood y escrito por Dustin Lance Black ( Milk ) consigue enlazar la historia política de los Estados Unidos y la influencia de Hoover en ella con el relato sobre su mundo privado formado por la educación a cargo de una madre implacable y unas frustraciones infantiles que dejaron profundas marcas en su personalidad.

La película comienza en los últimos años del personaje frente al FBI, un hombre poderoso, en el ocaso de su vida, empeñado en contar su versión de los hechos para la posteridad. Para ello dictará la historia de la agencia de seguridad que ayudó a crear para perseguir a criminales y supuestos comunistas, una búsqueda que lo obsesionó toda su vida hasta límites que lo llevaron a abusar de ese poder que tanto luchó por conseguir y mantener. Así, el relato irá hacia el pasado para mostrar los comienzos del complejo hombre que Leonardo DiCaprio interpreta de la juventud a la ancianidad con la convicción y la seguridad del gran actor que es. Más impedido que ayudado por el maquillaje y la caracterización física del personaje, DiCaprio transmite la intensidad del hombre público y sus profundos conflictos íntimos. Especialmente en lo que respecta a su relación con Clyde Tolson, su mano derecha en el FBI y supuesto compañero sentimental. Y es ese vínculo, según la mirada de Eastwood, el punto de inflexión que despega al film de los rigores y rigideces de una película biográfica predecible. Sin forzar situaciones en función de acelerar el ritmo del film el director, fiel a su admirable estilo, se toma el tiempo para desarrollar cada una de las aristas del personaje y, especialmente, ese particular vínculo que lo unía a Tolson interpretado por Armie Hammer, conocido por su doble papel como los gemelos Winklevoss en Red social de David Fincher. Sutil y contenida la interacción entre uno y otro personaje evoluciona con el correr de la historia, mientras uno a uno los presidentes de los Estados Unidos intentan -y fracasan-, cuestionar el poder de Hoover. Eastwood dijo sobre esta película que es, más allá de su compleja trama política y los vínculos entre el pasado y la actualidad de su país, una historia de amor. Y así la interpretan ambos actores, brillantes cada uno en lo suyo al demostrar la represión y el sufrimiento que implicaba la expresión de la sexualidad en aquella época. Junto a ellos también se destacan las actuaciones de Naomi Watts, como la fiel secretaria que, entre la admiración y la preocupación, acompañó a Hoover hasta su muerte, y la de Judi Dench, en el papel de esa madre que formó a un hombre tan fuerte como atormentado.