It (Eso)

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Monstruos del hogar

Cualquiera con dos dedos de frente sabía de antemano que la nueva versión de It se alejaría tanto de los componentes más sórdidos de la legendaria novela original de 1986 de Stephen King como del tono más lavado y amigable del telefilm de 1990, ya que desde el vamos lo que domina hoy por hoy en la industria hollywoodense es una nostalgia más cercana al origen de la cultura popular desideologizada e infantiloide de nuestros días, léase la década del 80, que al retrato visceral del colapso del idilio norteamericano con sí mismo -propio de las grandes urbes y de los pueblitos de los años 50- que King llevó a cabo de manera magistral en su libro. El resultado es de hecho un mashup entre la novela, la adaptación previa y algunos elementos del cine contemporáneo, no obstante el director argentino Andy Muschietti evita caer por completo en el fetichismo melancólico de Stranger Things o la catarata de clichés y latiguillos berretas que caracterizaron al horror mainstream de la década anterior. La premisa es la misma: un grupo de siete jóvenes deben hacer frente en simultáneo al sadismo de otros niños, sus padres y una fuerza malévola que adquiere diversas formas pero suele preferir la de un payaso que responde al nombre de Pennywise.

Las herramientas de las que dispone el realizador, quien además intervino en un guión colectivo que atravesó un sinfín de fases a lo largo del accidentado desarrollo del proyecto, son muy variadas ya que abarcan por un lado las nociones clásicas del texto original (la marginación de los protagonistas, el bullying al que son sometidos por parte de sus compañeros de colegio, el carácter espantoso y profundamente regresivo -a nivel social- de sus padres, el mal como una sombra polimorfa que acecha según la víctima de turno, los rituales de amistad y el argot compartido como mecanismos de defensa, la persistencia de los traumas iniciáticos en la adultez, etc.) y por el otro lado las recurrencias actuales del séptimo arte, aunque en este caso por suerte tamizadas desde la sensatez formal (hay una fuerte presencia de jump scares, CGI y combates mano a mano pero utilizados de un modo mucho más imaginativo y minimalista que el habitual en nuestra contemporaneidad, porque en vez de estar incorporados desde el primer minuto en un contexto fastuoso de peleas hercúleas, aquí el diseño visual del terror apunta a poner de manifiesto los engendros que habitan en la coyuntura cotidiana, sean éstos entes demoníacos o simples seres humanos).

Como era de esperar, It (2017) se concentra exclusivamente en la etapa inaugural de la historia, la infancia de los protagonistas, dejando para una segunda parte la otra mitad del relato, la adultez, una estrategia que -por una buena vez- se condice con las necesidades del opus en cuestión y no funciona como un mero capricho comercial de los productores (vale recordar que King en la novela alternaba constantemente entre ambos tiempos, sin jamás efectuar una partición tradicional cronológica del tipo “niñez primero, mediana edad después”). Sin dudas el punto fuerte de la propuesta pasa por hacer hincapié en la relación entre los personajes, sus dilemas particulares y una construcción escalonada de la tensión de fondo, ahora vinculada a una más que importante frustración parental que se transforma en hipocondría, negación, violencia, pederastia y una desidia general que vuelve a poner el grito en el cielo en lo que respecta a la estupidez y la crueldad que yacen latentes en cada hogar bajo la fachada de una estabilidad siempre presta a caerse a pedazos. El traslado de la acción de 1957/ 1958 a 1988/ 1989 no genera una andanada interminable de alusiones culturales al período y hasta se desdibuja frente al progreso de los acontecimientos en sí.

Si bien resulta innegable que el libro de King continúa sobrepasando por mucho al film en aquel glorioso realismo sucio marca registrada del escritor (hablamos de la multiplicidad de detalles concernientes a la sexualidad, los atropellos físicos, el gore y una discriminación social que se ubica en sintonía con la homofobia y el racismo habituales de Estados Unidos), la obra de Muschietti se las arregla para elevar los marcadores en todos los niveles si los comparamos con los del opus televisivo, lo que también tiene que ver con la decisión de crear un producto orientado a una calificación R en vez del clásico combo aséptico PG-13 para púberes y adultos bobalicones. Lo anterior asimismo funciona en consonancia con la excelente labor de un elenco encabezado por Jaeden Lieberher y Sophia Lillis, en lo que atañe a los pequeños, y por Bill Skarsgård en la piel del tremendo Pennywise: el hecho de que Lieberher es un gran actor no es una novedad, recordemos su estupenda participación en St. Vincent (2014) y Midnight Special (2016), en cambio Lillis sí constituye toda una revelación y hasta se podría decir que especialmente lo realizado por Skarsgård también, teniendo presente que el sueco no había encarado nada en verdad memorable en el pasado.

Ahora bien, más allá de la energía de la película en general, la convicción narrativa que demuestra a lo largo de sus 135 minutos y la ausencia específica de esos típicos baches de los relatos corales de esta envergadura, el éxito de fondo vuelve a ser de King, quien ideó un núcleo retórico inoxidable que le pasa el trapo a cualquier esquema pueril y/ o naif símil “coming of age” porque va siempre un paso por delante, enturbiando toda aventura de aprendizaje en línea con lo que podría ser -si seguimos extrapolando conceptos del ámbito literario al terreno del séptimo arte- el eje de Los Goonies (The Goonies, 1985) y la misma Cuenta Conmigo (Stand by Me, 1986), aquella adaptación de otra obra del señor de Maine. Mediante la metáfora del payaso macabro que se alimenta del miedo de los niños -y eventualmente de los propios purretes- el último verdadero maestro del horror examina los monstruos camuflados que durante los años formativos de la vida se esconden en la propia familia, el vecindario, la escuela o en el catálogo de referencias supuestamente alegres de la juventud, como por ejemplo el enclave circense y sus clowns. El abuso, la violencia y la segregación son todos tópicos que provocan consecuencias concretas en la trama, jamás quedándose en formulaciones macro que nos acercan a una redención autocontenida, la preferida por Hollywood y la industria cultural. El maravilloso nihilismo esperanzador de King nos dice que algunos problemas no tienen solución, que algunas personas de hecho merecen morir y que sólo la confianza mutua y la proactividad aguerrida pueden salvarnos de determinadas situaciones en las que los engendros reaccionarios y despiadados del hogar se nos presentan construyendo un contexto de disparidad de fuerzas al extremo, el cual podremos dar vuelta con la ayuda de nuestros pares y con un sacrificio colectivo que habla más de las relaciones entre los seres humanos que de la influencia maléfica de una otredad.