Ismael

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

De amor y desamores

La nueva película de Marcelo PiñeyroUn niño de 10 años deja su hogar para localizar a su padre, a quien no conoce.

Un importante giro ha dado Marcelo Piñeyro a su cine con Ismael, que rodó enteramente en España. No es que sea un filme sin la marca del director de Tango feroz y Caballos salvajes, porque algunas constantes están, pero hasta ahora no se había decidido a mostrar los sentimientos de sus personajes, y los propios, como en esta ocasión.

La búsqueda de la identidad es troncal en Ismael, en la película, en el protagonista que le da su título al filme y en los personajes que lo rodean.

Ismael es un niño de unos diez años, de color, que un día se escapa de su casa en Madrid para encontrar a su padre en Barcelona, a quien no conoce. Félix es su padre biológico, ya que dejó a la madre de Ismael cuando se enteró de que estaba embarazada.

Historia de encuentros y reencuentros, Ismael va creciendo a medida de que los personajes dejan de ser rótulos, nombres y empiezan a decir sus verdades.

Tal vez Piñeyro se ha ceñido en demasía a los textos, y en su afán por explicar en palabras lo que las imágenes no dan por sí mismas sobrecarga la atención dramática. Porque Ismael es un melodrama, sin que esto signifique un juicio de valor: es un género con sus propias reglas a las que Piñeyro le aporta su mirada nunca distante y sí emocionante.

Y el amor y el desamor están allí presentes. A Ismael, Félix y Alika se suman la madre de Félix (Belén Rueda) y el más pintoresco de los que cruzan la pantalla, Jordi, un Sergi López que en su relación con Rueda consiguen una química tan fuerte que empañan a la central. También está Luis (Juan Diego Botto), la pareja de Alika (Ella Kweku) y el hombre que Ismael tiene como referencia paterna.

El guión está planeado con enigmas planteados, todos alrededor de las relaciones interpersonales. ¿Cómo será el encuentro entre Ismael y su padre? ¿Y entre Félix y Alika? ¿Y Félix con su madre? Si a veces las miradas dicen más que las palabras, aquí Piñeyro optó por el camino inverso.

Y así las cosas es en los contrapuntos donde se genera la tensión y donde debe estar centrada la atención. Mario Casas (Antonio en Las brujas, de Alex de la Iglesia, también visto aquí en Carne de neón) compone a la más jeroglífica de las criaturas de Piñeyro. Es un profesor de alumnos con problemas de conducta, y el filme pivotea en él, por su vínculo (auténtico o inexistente) con Ismael, la abuela y la madre. Búsqueda de identidad, como decíamos, genuina exploración para descubrir e integrarse al otro, no adosarlo.

En eso, se ve, está el realizador.