Ismael

Crítica de Jesús Rubio - La Voz del Interior

En el nombre del hijo

En una estación de Madrid, un niño negro camina como si estuviese buscando algo, mientras mira a su alrededor con los ojos de quien ve todo por primera vez. Dubitativo ante el chequeo de equipaje, sube solo a un tren con destino a Barcelona. Una vez a bordo, el pequeño saca su celular y se pone a jugar. Los primeros planos de Ismael, la nueva película de Marcelo Piñeyro (Tango feroz, Caballos salvajes), quien vuelve a filmar en tierras españolas después de El método (2005), son prosaicos pero seguros. La forma convencional de sus imágenes se mantendrá durante todo el filme.

Ismael (Larsson do Amaral) tiene 8 años y lo único que quiere es conocer a su padre, a quien nunca vio. Por eso decide emprender el viaje como un adulto, sin el permiso de su madre, una española nacida en Nigeria llamada Alika (Ella Kweku), ni el de su padrastro (Juan Diego Botto). El padre biológico y ausente hasta el momento es sólo un nombre: Félix Ambrose (Mario Casas). Cuando Ismael llega a Barcelona, va a la casa de su progenitor y lo atiende Nora (Belén Rueda), la madre de Félix. Al comienzo se niega a hacerlo pasar, pero luego de leer una carta que Ismael lleva consigo, Nora le abre la puerta y decide ayudarlo.

Félix es docente de secundaria y da clases a un grupo de chicos con problemas de conducta. En su vida amó a una sola mujer, la madre de Ismael. En los ocho años que transcurrieron desde el embarazo de Alika hasta el presente, Félix no dejó de pensar en ella. Después llegan los encuentros en la casa a orillas del mar donde vive Félix y en la de su amigo Jordi (Sergi López), quien pronto seducirá a Nora, que se mantiene atractiva y elegante a pesar de sus años.

El problema principal de esta comedia romántica interracial es que su director cree que el único modo de contar una historia es haciendo que sus personajes expliquen ante la cámara sus pasados, que expresen sus rencores, que confiesen sus miedos. Piñeyro podría haber utilizado algunos recursos más para enriquecer la película (por ejemplo, flashbacks en los recuerdos, o elipsis que ayuden a entender situaciones y a evitar explicaciones explícitas). Pero no, Piñeyro prefiere la cámara delante de sus personajes contando cosas.

La mayoría de los planos son iguales, lo cual no está mal (lo que está mal es que se tornen monótonos). Las emociones son expresadas a través de una misma forma visual, con una gramática monocorde y un vocabulario cinematográfico pobre. Piñeyro parece que se olvidó de que hay ciertas herramientas visuales que se utilizan para que un filme sea mejor.