Ismael

Crítica de Horacio Bernades - Página 12

Relaciones en permanente mutación

La historia de un niño afroespañol, que parte solo en busca de su padre desconocido, está apuntada a derretir corazones, pero el realizador de Plata quemada sofoca todo asomo de sensiblería y golpe bajo. Además, abre el drama a la comedia, la picardía y la tensión erótica.

Las dos películas previas de Marcelo Piñeyro, El método (2005) y Las viudas de los jueves (2008), eran máquinas. Máquinas que funcionaban al servicio de un texto previo una obra de teatro en el caso de la primera, una novela la segunda, con eficacia... maquinal. El realizador de Tango feroz y Plata quemada parece haber advertido esa deriva indeseada de su cine, que con Ismael vuelve a cobrar cuerpo. Un cuerpo que, en verdad, en su obra tiende a servir siempre a una arquitectura muy pensada, muy calibrada, muy planificada. Sin dejar de responder a esos patrones, un poco por riqueza del guión y otro poco gracias a un elenco que late, Ismael es, de los films del autor, seguramente el más cálido, el más relajado, el más comprometido con sus actores y personajes. El menos deshumanizado, por oposición exacta a sus dos films previos.

No es que Ismael sea una película desprovista de cálculo, sino que logra dotar de vida y verdad a esa ingeniería previa, de modo de disolverla a ojos del espectador. ¿Puede concebirse algo más apuntado a derretir corazones que un niño afroespañol que parte solo en busca de su padre, a quien jamás conoció, recorriendo cientos de kilómetros hasta dar con él? El tema es qué se hace con eso. Y lo que hace Piñeyro (que contó con el argentino Marcelo Figueras y la española Verónica Fernández como coguionistas) es limar, atenuar, sofocar todo asomo de sensiblería y golpe bajo. Aquí aparece una virtud del realizador de casi toda su carrera (desde Plata quemada, al menos), que a veces (en El método y Las viudas de los jueves) le juega en contra: la contención emocional. También ayuda que el guión no apunte como un cañón sobre ese eje central, sino que por el contrario orqueste a su alrededor una polifonía de personajes y relaciones que hacen de Ismael un inesperado film coral.

A diferencia de tantos films corales, Ismael no usa a sus personajes como fichas en un tablero. Por el contrario, se interesa en ellos, investiga, observa con atención sus lados más luminosos y los que no. Este sistema coral funciona como esos jueguitos de pelotitas de acero que se mantienen en movimiento incesante gracias al golpeteo de unas contra otras. El pequeño Ismael, de 8 años (el rizado Larsson do Amaral), se presenta en un piso de Barcelona, tras haber recorrido solo, en tren, la distancia que lo separa de Madrid. Lo atiende una señora que primero le cierra la puerta, antes de convencerse de que ese niño es hijo de su hijo. Nora (Belén Rueda, la “mala” de Séptimo) suspende por unas horas sus actividades (es dueña de un lujoso restorán) y acompaña al niño en busca del padre, que vive en Girona. Con bastón y renqueando como consecuencia de un accidente, Félix (Mario Casas, uno de los guapetones más hot del actual cine español) trabaja con chicos desfavorecidos, con quienes en ese momento lleva adelante un proyecto de “autofilmación”.

A Félix lo sume en la melancolía reencontrar al hijo de una mujer a la que amó, pero de la que debió separarse. Y en el resentimiento, reencontrar a su madre, de la que está distanciado y a la que reprocha haberse ocupado siempre más del negocio familiar que de él. Mientras tanto, la mamá del niño, Alika (la top model Ella Kweku, excelente en su debut), ya se enteró del paradero de Ismael y parte en su busca junto a su pareja, Luis (Juan Diego Botto, único argentino del elenco). Y Jordi (Sergi López, nunca tan simpático), amigo de Félix y dueño de un hostal frente al mar, ofrece alojamiento a todos... particularmente interesado en tener de huésped a la atractiva Nora. La red de relaciones cruzadas ha terminado de anudarse. De ahí en más se multiplicarán las historias de a dos (Ismael y Félix, Alika y Luis, Nora y Jordi, Félix y Nora), todas las cuales implican por lo menos un tercero en discordia y repercuten sobre el resto, en lo que representa un caso ejemplar de construcción dramática.

Ismael no se empantana en el drama: se abre a la comedia, la picardía y la tensión erótica, saltando eventualmente al melodrama (el amor perdido de Félix y Alika, del que quedan rescoldos). Las relaciones están en permanente estado de mutación: ver de qué modo Luis es llevado a cuestionarse su rol de padre o el coqueto balanceo emocional de Nora ante los avances de Jordi (notable, por su gracia, justeza y fluidez, toda la secuencia del intento de seducción nocturna). Este postre no se remata, por suerte, con baño de caramelo. Está, sí, el viejo truco de que cuando parece que se pudre todo surge una última oportunidad de salvar algo. Pero sólo algo. Félix y Alika no vuelven a vivir juntos, llevándose con ellos a Ismael. Nora no se queda en el hostel de Jordi ni se reconcilia a toda orquesta con Félix. Luis, finalmente, tampoco conoce a un joven y atractivo pescador de Girona, con el que entretejer redes que no serían, en ese caso, figuradas.