Ismael

Crítica de Diego Batlle - La Nación

Marcelo Piñeyro, el director más exitoso del cine argentino de los años 90 con films como Tango feroz, Caballos salvajes y Cenizas del paraíso, desarrolló en la última década una carrera que penduló entre proyectos locales (Kamchatka, La viuda de los jueves) e incursiones en España. Allí, donde en 2005 ya había rodado El método, regresó para concretar Ismael, película que coescribió con su habitual guionista Marcelo Figueras.

El film arranca con Ismael (Larsson do Amaral), un niño negro de ocho años, abordando solo en Madrid un tren rumbo a Barcelona. Tras múltiples promesas incumplidas por su madre Alika (Ella Kweku), de origen nigeriano, él ha decidido escaparse del hogar que comparte con ella y con su padrastro Eduardo (Juan Diego Botto) para ir en busca de su padre de sangre, Félix (Mario Casas), un maestro de escuela secundaria al que nunca conoció. Con una carta como única pista, se topará en un departamento con Nora (Belén Rueda), que no es otra que su abuela y dueña de un distinguido restaurante. Más allá de la sorpresa (incredulidad) inicial, ella recibirá y ayudará al pequeño.

Las cosas, por supuesto, no serán sencillas para ninguno de los personajes (todos cargan traumas, sentimientos de culpa, rencores, secretos y torpezas varias) en un film coral que habla de los prejuicios, pero también de la posibilidad de la redención.

Historia sobre una España multicultural y multirracial castigada por la crisis y la represión, sobre familias desmembradas y personas heridas en más de un sentido, Ismael es una película hecha a corazón abierto. Por momentos, resulta demasiado recargada, morosa y explícita en algunos diálogos confesionales. Allí está, por ejemplo, un niño protagonista que parece mucho más maduro que los adultos, viñetas superficiales sobre la dura convivencia en un colegio secundario o el personaje de un amigo de Félix interpretado por Sergi López, que se convierte en el comic-relief del relato mientras trata de seducir a Nora en una subtrama que termina por eclipsar al que aparecía como principal eje dramático del largometraje.

Con una sobria puesta en escena que elude los golpes bajos y el aporte de sólidas actuaciones, Piñeyro consigue un film honesto y sensible -tiene algo de Martín (Hache), de Adolfo Aristarain-, que describe desde muy diversos puntos de vista las muchas veces conflictivas relaciones entre padres e hijos. De lo macro a lo micro, de lo social a lo íntimo, resulta una película que invita tanto a la reflexión como a la emoción.