Iron Man 2

Crítica de Rodrigo Seijas - CineramaPlus+

Super-yo

Stark es la encarnación de los Estados Unidos como supuesto garante de paz, blanco de todos los ataques, a quien todos quieren y odian al mismo tiempo.

Lo que está bueno de la saga Iron Man es que asume sin culpas ciertas cosas que otros superhéroes no se animan a explicitar. Entre ellas, la satisfacción del ego.

Tony Stark posee todas las adjetivaciones vinculadas al ego juntas. Es ególatra, egoísta, egocéntrico. En el fondo, lo que le importa siempre antes que nada es su propia satisfacción. Es narcisista y lo acepta sin problemas, sin rendirle cuentas a nadie. Su accionar como Iron Man -por la cual beneficia a mucha gente, es cierto- parte de un deseo propio, interior, de lavar culpas por su pasado, para que la imagen que le devuelva el espejo sea más limpia y armoniosa, y el ego y la autoestima no caigan al subsuelo. Él es como un Dorian Gray que ha tomado conciencia de que su retrato se había convertido en un compendio de horrores y que podía matarlo, así que intenta dar un par de pinceladas más adecuadas.

Su desempeño evidencia ciertas motivaciones que en figuras como Batman o Spiderman permanecen escondidas: cómo determinados actos solidarios en verdad son ombliguistas. Pareciera que Iron Man les estuviera diciendo a sus colegas “muchachos, no me vengan con eso de la responsabilidad o el cambiar una sociedad injusta, a ustedes lo que les importa en realidad es quedarse con la chica o vengar a algún familiar muerto, así que no jodan”.

En consonancia con esta premisa, el guión de Justin Theroux (co-guionista de esa notable comedia oscura sobre el mundo hollywoodense llamada Una guerra de película) monta toda una serie de conflictos vinculados con lo individual. Todo es yo, yo, yo en Iron Man 2. El gobierno quiere la tecnología de Iron Man y Tony contesta “no, porque yo soy Iron Man, yo garantizo la paz, yo hago todo esto por ustedes porque a mí me satisface”. Una figura del pasado surge para vengarse y a Tony le resurgirán todos los mambos que tenía atragantados con el padre. Al mismo tiempo, debe definir su relación con Pepper de una vez por todas. Y, principalmente, debe lidiar con el hecho de ser, literal en vez de psicológicamente, el centro del mundo.

En cuanto a esto último, Iron Man 2 se termina imponiendo casi como una película política. Stark pasa a ser una encarnación personal y unitaria de los Estados Unidos como supuesto garante de la paz mundial, como blanco de todos los ataques, como el tipo al que todos quieren y odian al mismo tiempo. Él, por un lado, odia todo eso. Pero también lo ama, es su pasión, es lo que lo define, no quiere ceder ese lugar.

La puesta en escena del director Jon Favreau se presta sin problemas a esos planteos, lo mismo que los actores. Los chistes, diálogos y montajes de las escenas de acción se dan desde una lógica individualista, de competencia y confrontación de egos, que sin embargo es llamativamente armoniosa. Es cierto que Favreau no logra darle la fuerza necesaria a todos los conflictos y que nuevamente, al igual que en la primera parte, falla en algunas escenas de impacto. Pero la pulsión de entretenimiento puro, sin culpas, la egolatría tan polémica como hilarante que transmite toda la historia, distinguen a su filme de otros de superhéroes.