Interestelar

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

Nolan lucha contra sí mismo

En su artículo de opinión Ninguna obra maestra, Mex Faliero había dejado bien explícito uno de los problemas más graves de El origen, probablemente la obra más emblemática, representativa y respetada -junto a Batman: el caballero de la noche- de Christopher Nolan, además de la más sobrevalorada: era notable la falsedad que denotaba al querer disfrazarse de thriller sofisticado, intelectual e ingenioso, cuando en verdad era básicamente la historia de un tipo tratando de dejar atrás el fantasma de su esposa. En Interestelar se detecta algo parecido, aunque no de manera tan molesta y pedante: cuando vamos retirando las capas de pesada reflexión sobre el tiempo, el espacio, el concepto de humanidad, la ética, la moral y un largo etcétera, a través de ese viaje que rompe las reglas espacio-temporales para encontrar un nuevo hogar para la humanidad -en vías de extinción debido al deterioro de la Tierra-, lo que queda es simplemente el relato de un padre (Matthew McConaughey) buscando regresar junto a su hija luego de una larga aventura.

En entrevistas previas al estreno, Nolan parecía consciente del fondo del asunto, explicando que Interestelar era en su raíz una historia de amor paterno-filial. Pero claro, el inconveniente es que Nolan es Nolan, entonces no puede ser simple ni lineal; tiene que ser “complejo” y cargar a su film de todo un ensamblaje de teorías científicas, de varios apuntes filosóficos, de una multitud de personajes con sus respectivas subtramas, de diálogos que explican lo que ya se ve o que en vez de aclarar determinadas cuestiones las enredan aún más. Ahí tenemos, por ejemplo, el debate entre los personajes de McConaughey y Anne Hathaway sobre las implicancias científicas y filosóficas referidas al amor y su influencia a la hora de tomar decisiones, que dan ganas de gritarle a la pantalla “¡por favor, dejen de hablar y hagan algo!”. En cierto modo, Nolan es como Michael Bay: mientras el realizador de Transformers te aturde -y hasta te insensibiliza- con explosiones, el de El gran truco lo hace a base de reflexiones intelectualoides de segunda mano.

Hay un tópico, un factor en común que ha atravesado toda la filmografía de Nolan y es el de la culpa: los protagonistas de sus diversas películas son gente que toman decisiones importantes -para bien o para mal- y que deben hacerse cargo de las consecuencias, porque siempre a cada acción hay una reacción. La cuestión en su cine ha sido siempre cómo trasladar a la pantalla, a los dispositivos narrativos y estéticos, esos relatos de aprendizaje, donde cada personaje va construyendo, reafirmando y modificando su identidad a partir de sus acciones. En Batman: el caballero de la noche, por ejemplo, los personajes crecen en complejidad a partir de la forma en que accionan, la imprevisibilidad y/o ambigüedad con que se desempeñan, y eso se contagia a la puesta en escena, con una Ciudad Gótica repleta de matices, en la que el paisaje urbano se transforma en un campo de batalla. Por el contrario, durante dos tercios de su metraje, Interestelar no termina de funcionar ni como drama familiar ni como aventura de ciencia ficción: para ambos géneros carece de genuina emoción y vitalidad, y eso se traslada a su aspecto visual. De hecho, los mundos que va presentando -otra vez el director recurre a la acumulación de superficies, como en El origen- son chatos, poco imaginativos y el uso de los planos generales no alcanza para impactar en el espectador. Nolan queda en consecuencia lejos de la arriesgada sensibilidad de Danny Boyle en Sunshine – alerta solar o la magnificencia audiovisual de los planos secuencia de Alfonso Cuarón en Gravedad.

Por suerte, cuando Interestelar parecía condenada a enredarse en improductivos giros en sus tramas situadas en diferentes ejes espacio-temporales (lo del personaje de Matt Damon es la cima de la arbitrariedad), Nolan se da cuenta de manera cabal hacia dónde tiene que apuntar el relato, despreocupándose por disfrazar con citas a la Teoría de la Relatividad o a la labor teórica de Kip Thorne lo que casi desde el comienzo es un final previsible. Allí aparece, un poco a cuentagotas, aún con bastantes tropiezos -el guión sigue empeñándose en explicar casi todo, hasta las emociones, corriendo el riesgo de precisamente anular esas emociones-, un mayor compromiso con lo que les pasa a los personajes, con sus deseos, sus frustraciones y contradicciones. Ahí la película demuestra tener un alma, algo real y tangible que contar, un deseo por conectar con el espectador más allá de lo discursivo y eso se contagia a su estética, que cobra algo más de riesgo e inventiva, sin que por eso sea realmente innovadora.

Film desparejo, con varios tramos aburridos, Interestelar termina redondeando su anécdota a puro empuje y hasta la favorece el hecho de que crece en los tramos finales, que son los que terminan quedando en la memoria del espectador. Es también una obra donde Nolan evidencia sus dilemas internos, su necesidad casi ególatra de parecer importante e inteligente, siempre desde la más absoluta frialdad, en contraposición a su capacidad para contagiar al público a través de la narración. Da para preguntarse si resiste una segunda visión, si se sostiene realmente como espectáculo y como relato, y cómo puede ser recibida por el público. No hay que dejar de tener en cuenta que Nolan ha sabido interpretar muy bien la demanda de un amplio rango de espectadores por ver films “importantes”, despreciando la herencia de Steven Spielberg y avalando la dejada por Stanley Kubrick. Viendo Interestelar, a pesar de las declaraciones de Nolan -quien afirmó tener como referencia a películas como Tiburón o Encuentros cercanos de tercer tipo-, uno no puede dejar de pensar que el realizador tuvo más en cuenta a 2001: odisea del espacio. No son extraños entonces sus problemas para lograr emociones reales y tangibles.