Incomprendida

Crítica de Rolando Gallego - El Espectador Avezado

¿Sería demasiado loco o ambicioso querer ubicar a Asia Argento al lado de Xavier Dolan? ¿Para poder entender a ambos como exponentes de un cine que busca impactar a fuerza de imágenes? ¿Y de esta manera armar un panorama actual sobre el cine que intenta explorar emociones y sensaciones a través de la pantalla y las imágenes? ¿Es muy descabellado plantear un paralelo entre “Mommy” (Canadá, 2014) e “Incomprendida” (Italia, 2014)? ¿Si ambas películas se enfocan en un personaje particular y a partir de allí narran las desventuras familiares del resto, esto es viable?
Basta de hipótesis, “Incomprendida” es un filme libre y desprejuiciado que habla de la niñez como lugar de conocimiento, pero también de la posibilidad de crecimiento desde la fuerza interior de cada persona. Todo lo que Asia Argento quiere mostrar sobre Aria (Giulia Salerno), una niña que intenta encontrar su lugar en el mundo luego de la separación de sus padres (Charlotte Gainsbourg y Gabriel Garko), y desde antes también, tiene que ver con lo lúdico del juego y la inexperiencia de la niñez como lugar pretérito.
Desde los títulos, con un recorrido por un diario íntimo y la impactante melodía de una caja musical, la elección de la porosidad y granulado de la imagen, que a través de filtros y ralenties para enfatizar los deseos y anhelos de la joven, se genera una empatía directa e inmediata con la historia y su protagonista. A Aria le gusta la música, los chicles, los colores, también le gusta Adriano (Andrea Pittorino) y tiene una sola amiga (Alice Pea), a quien le confía todos sus secretos y con quien mantiene una relación casi simbiótica, llegando a odiar a la misma gente.
Hija de una estrella del cine, la crianza que le ha dado su madre no escapa de un mero capricho que termina transformando a los hijos en objeto de lucha. Si su mundo infantil hace que sueñe y que intente progresar y avanzar, a través de diversas “travesuras” acceder al conocimiento necesario como para poder encarar las rutinas que diariamente comparte, el desmoronamiento de los cimientos familiares la hace retroceder y generar inseguridad en su persona. Por eso a Aria todo se le hace difícil, más cuando comienza a deambular como una pelota de ping pong de un lado a otro entre la casa materna y la paterna.
En ninguna encuentra su lugar y quizás en la espontaneidad del cariño que puede recibir durante una noche por parte de una prostituta o un proxeneta es en donde Argento nos habla de una problemática que excede al envoltorio que ella armó para la presentación. Los hijos como botín de guerra, el bullying como manera de vida, el pecado como lugar en donde la rebeldía busca una oportunidad, expresados con crudeza y naturalidad y el imaginario popular que produce el rechazo de los intentos de Aria por conseguir amor.
Que su “mejor amigo” sea un gato negro es el justo ejemplo de necesidad de amor de una niña, que se ve envuelta en un espiral de violencia familiar, de desidia filial, de una madre que prefiere irse de viaje y un padre cocainómano que sólo quiere más exposición mediática, y que ante los embates de la vida decide seguir viviendo tal como lo sueña, escapando de mandatos y sólo tratando de ser de una vez por todas comprendida y amada.