Implosión

Crítica de Ezequiel Obregon - Leedor.com

Luego de Mía (2011), su interesante ópera prima, Javier Van de Couter presentó diez años después Implosión (2021) en la Competencia Argentina del 22° BAFICI. Su film aborda la vida de dos de los sobrevivientes de la “Masacre de Carmen Patagones”, quienes ponen el cuerpo en este relato ficcional que toma como premisa sus propias historias.

El 28 de septiembre de 2004 las vidas de Rodrigo Torres y Pablo Saldías cambiaron para siempre. Rafael “Junior” Solich, un compañero de 15 años de la escuela donde estudiaban, ingresó al colegio armado y con una pistola que pertenecía a su padre, un suboficial de la prefectura, mató a tres alumnos e hirió a otros cinco. Pasaron 17 años de aquel trágico episodio, conocido desde entonces como la “Masacre de Carmen Patagones”.
Javier Van de Couter, oriundo de aquella ciudad ubicada al extremo sur de la Provincia de Buenos Aires, regresó y tomó contacto con los dos jóvenes que hoy tienen más de treinta años y que se convirtieron en los protagonistas de su nueva película. La pregunta que orbita en ella es: ¿qué ocurriría si se encontraran con el asesino? Sin ningún tipo de atisbo moralista, el guión se concentra en el ficticio viaje que emprenden una vez que escuchan que Junior vive en un lugar de La Plata.
En ese viaje se irá develando el presente de Rodrigo y Pablo, pero también sus diferencias respecto al acontecimiento que les cambió la vida y, claro, el deseo de enfrentar a quien efectuó los disparos. La idea de ajusticiarlo ronda, con diferente profundidad, en la mente de ambos, quienes en el camino se encontrarán con un grupo de chicos más jóvenes que ellos que, de alguna manera, harán que sus deseos y sus contradicciones salgan a la luz.
Van de Couter propone con Implosión no solo una revisión de los hechos y una indagación en la mente de los protagonistas de su historia. Busca, además, trazar un mapa afectivo y generacional, en el que los jóvenes de hoy son interpelados por una tragedia que ocurrió hace muchos años pero que bien podría repetirse. Para contar este momento, el realizador privilegia las escenas de enfrentamiento (verbal y físico) más que la consecutividad de las secuencias propias de una “trama tradicional”. Su película, en ese sentido, cumple con la construcción de una atinada sordidez que se instala en ambientes nocturnos, urbanos, llenos de jóvenes que, sin revelarlo explícitamente, parecen tener cierta reticencia a ingresar a lo que conocemos como “vida adulta”, con todas las ambigüedades que ese término tiene. El resultado de este trazado generacional es un relato conciso pero de aristas complejas, en donde late la pregunta de qué hace una comunidad cuando un hecho de tamaña magnitud la golpea y cómo opera la memoria para sobrellevar el peso de ese acontecimiento.