Imperio de luz

Crítica de Maximiliano Curcio - Revista Cultural Siete Artes

Nominada al Premio Oscar por el rubro Mejor Fotografía, “Imperio de la Luz” es una particularísima visión autoría del talentoso Sam Mendes, director de valiosas obras como “Belleza Americana” (1999), “Revolutionary Road” (2008) y «1917» (2019). Las premiadas estrellas Olivia Colman, Colin Firth y Toby Jones se suman al joven Micheal Ward, encabezando un acertado reparto al servicio de la contemplación humana y la radiografía social de un director sumamente efectivo en numerosos registros genéricos. El título del film remite al nombre de una antigua sala de cine, exigua sobreviviente en un poblado costero del sudeste británico. En sus inmediaciones, se desarrolla una historia de amor, desigualdad y resiliencia, ambientada a principios de los años ’80.

Inmiscuyéndose en la intimidad de sus criaturas, el film visibiliza el pasado problemático y escondido de una mujer de mediana edad -Colman, centro absoluto del relato-, quien transcurre su vida con irremediable postergación. En la penumbra de una oficina, bajo un escritorio y sin demasiada convicción, otorga favores sexuales a su jefe. Es todo lo emocionante que la monotonía de sus días pueden ver, acabando cada jornada con una copa de vino en la mano. Su existencia cambiará drásticamente con la llegada de un joven inmigrante negro, punto de vista que el film utiliza para evidenciar la segregación que en carne propia sufre aquel que lidia con el ascendente y lacerante racismo que habita en la comunidad. Ambos, heridos por efectos vinculares de un presente hecho de contrastes, cruzarán sus caminos, del modo más improbable. Carente de idilio alguno, en las costas no se avizora puerto seguro en donde amarrar el corazón. La aparente realidad de dos futuros diametralmente opuestos se perciba en forma de incipiente ruptura.

Improbable luce, en aquellos conservadores años, el paradigma de una relación interracial. ¿Cuánto en común podrían tener? Hay algo más que los separa que la mera distancia en años…Así es como “Imperio de la Luz”, de tal modo, ejemplifica la compatibilidad de dos extraños seres. Vinculándose a través de la poesía, y sorteando la enorme brecha etaria que los separa, la sensibilidad artística se complementará expandiendo sentidos. Se acerca el nuevo año, los fuegos artificiales iluminan el cielo. Pero algo no termina de cuajar dentro de esta historia…Inobjetable desde el apartado técnico, un maestro en el arte de narrar con imágenes sabe cómo convertir cada plano en un tratamiento pictórico de perfecta semejanza. En tal abordaje, “Imperio de Luz” cobra forma conceptual y estética con inmediatez, apoyada en la sensible banda sonora compuesta por el imbatible dúo conformado por Atticus Ross y Trent Reznor.

El realizador también escribe el presente guion, tarea en solitario que le permite abordar temáticas de interés como el amor, la amistad, la salud mental, el racismo y la soledad. Todas ellas con una gran connotación y sentido de lo social, en el reflejo de una época intolerante y turbulenta. ¿Percibiremos la oscuridad o todo lo cubrirá la luz? Puede que Mendes quiera abarcar más de lo que aprieta…El responsable de «Camino a la Perdición» (2002) ejercita su propia tesis sobre la condición humana. No obstante, la cantidad de subtramas que pretende cotejar terminan por diluir la solidez de un argumento que se inclina hacia lo confuso y disperso. “Imperio de Luz” no termina por decidirse que aspecto priorizar, y el resultado final, indefectiblemente, se resiente.

Pese a ello, pervive intacta la magia de proyectar en 35 mm en manos de un artesano a veinticuatro fotogramas por segundo: en el pueblo en donde se desarrolla el relato, lejanas quedaron las épocas del cine dorado, apenas una histórica sala persiste en pie. El encanto de antaño de aquellos grandes cines, monumentos arquitectónicos a tiempo de ser fagocitados por multi cadenas, vuelve al presente para conmovernos. Recreando una porción de vida en movimiento, el acto alquímico que alimenta la pasión proyecta sobre la fachada inminentes novedades. Las grandes marquesinas anuncian films claves del momento, que el avezado espectador sabrá entender como efectivos guiños: “The Blues Brothers”, “Desde el Jardín”, “Locos de Remate”, “All That Jazz”. Esas eran películas, y nadie quiere perderse las ‘coming atractions’, envolviendo ilusiones en rollos de celuloide. Claramente, este resulta el aspecto más positivo de todo el film.

Universal amor al cine para nuestro deleite, como reacción en cadena de lo que vimos recientemente en las gloriosas “Babylon” y “The Fableman”. No obstante, a diferencia de la grandilocuencia de Chazelle o del clasicismo de Spielberg, para sendos y citados recientes estrenos, el realizador nativo de Reading (Reino Unido) elige colocar su foco de atención en la fauna que, anónima y laboriosamente, concibe su imperecedera forma de amor al cine. Mientras sus respectivas existencias sortean vicisitudes y derriban castillos de arena, de la vereda del complejo hacia afuera. «Imperio de Luz» busca liberar a sus almas en pena como aquella ave que recobrara vuelo. El drama sobre el cual se pronuncia opaca una suerte de incompleto, fallido e inconstante homenaje al séptimo arte. Pecando de falta de suficiencia, el cine no nos salva de la melancolía que fuera de él evapora la maravilla de un tributo enmascarado en melodrama.