Imparable

Crítica de Roger Koza - La Voz del Interior

Vértigo automático

Hace un tiempo fue un barco (Déjà vu), después un subte (Asalto al tren Pelham 123), y ahora se trata de un tren sin conductor, cargado con material tóxico, y en dirección a una ciudad densamente poblada. No hay duda: el movimiento caracteriza al cine (de autor) de acción del británico Tony Scott.
Basada en un hecho real ocurrido en Ohio en el año de la catástrofe de las Torres Gemelas, Scott y su guionista Mark Bomback retoman en un tiempo impreciso la proeza de dos trabajadores ferroviarios, uno cerca del retiro (involuntariamente), el otro, recién contratado, que, tras desobedecer a un alto funcionario de la empresa, pudieron detener un tren devenido en misil. Will y Frank canalizan un imaginario cívico conocido: el héroe americano, ese hombre común capaz de hacer lo correcto más allá de la adversidad y la conveniencia.

Debido a que el final ya se conoce de antemano, el dilema del filme pasa por ilustrar cómo sucedió. En ese sentido, Scott demuestra jerarquía: la posible coalición entre un tren en el que viajan niños y el tren protagónico es un ejemplo perfecto de cómo trabajar el montaje cruzado para producir inquietud. El zoom imperceptible, las panorámicas sobre Pensilvania, los planos circulares para seguir las conversaciones que Will y Frank mantienen a menudo permiten que el filme jamás descarrile.

Las debilidades de Imparable residen en su humanismo ramplón, el que se expresa en sus personajes, más estereotipos que individuos, y en su política inconsciente: los despidos y la mezquindad de los ejecutivos permanecen en un fondo impreciso, y en un epílogo tan ridículo como festivo, los héroes obtendrán una (sospechosa) recompensa, aunque el ferroviario responsable del accidente tendrá su debido castigo: trabajar en un local de comidas rápidas, un tren en el que viajan miles de trabajadores sin empleo.