Imparable

Crítica de Rodrigo Seijas - CineramaPlus+

Entretenimiento puro

A patir de obras como Los duelistas, Alien y Blade Runner, Ridley siempre fue el más conocido, el más prestigioso de los hermanos Scott, aunque hace unos veinte años que no realiza algo realmente interesante. Su hermano Tony es, desde cierta simplicidad, bastante más digno de análisis. Mientras Ridley se ha ido diluyendo en la mediocridad, Tony Scott ha ido puliendo su estilo y consiguió con Deja Vu (2006) su mejor filme por lejos, llevando a buen puerto un guión complicado pero repleto de emociones, donde la acción iba de la mano de una trama atrapante y personajes con una profundidad inesperada. Luego tuvo un descenso bastante pronunciado con Rescate del Metro 123, una película sobrevalorada por la crítica, seguramente a causa de la euforia que provocó su predecesora.

Con Imparable, Tony Scott la tenía servida: una historia basada en un hecho real, lo que permite unas cuantas licencias; una trama básica pero atrayente, con un tren lanzado por las vías al que no se puede detener y que podría causar una catástrofe humana y ecológica; dos protagonistas (a los que se agrega una tercera, desde un tablero de comando) delineados de forma elemental y precisa; y tres actores como Denzel Washington, Chris Pine y Rosario Dawson que no son una maravilla, pero que si se los sabe llevar de la manera correcta, cumplen y hasta pueden ser un plus que te salve las papas.

Scott sabe cómo jugar con todos esos elementos y eso se nota especialmente durante la segunda parte, que es puro sudor, nervios, corridas, órdenes dadas a los gritos, discusiones y adrenalina. No sucede lo mismo con el primer segmento, donde predominan los conflictos familiares de los personajes, que el director definitivamente no sabe cómo expresar. Es que el realizador de Marea roja no es un tipo sutil, lo suyo no es la hondura dramática y por eso el espectador nunca llega a identificarse con los avatares de Washington para comunicarse con sus hijas o el sufrimiento de Pine por la descomposición de su matrimonio. El cine de Scott no es de padres o esposos, es de laburantes, de asalariados versus patrones, de mecánicos engrasados versus ejecutivos trajeados, de profesionales versus irresponsables.

Leí en la crítica de Horacio Bernades en Página 12 sobre el filme, que Tony Scott ha ido “abandonando el juego fotográfico y perfeccionándose en el montaje”. Debo disentir con esto, ya que Scott sigue trabajando en las dos vertientes, en muchos casos excediéndose. Uno se pregunta a veces si no tiene una erección cada vez que la cámara se mueve en forma circular. Con ese chiche visual (en el que también incide la edición) se pasa de rosca, a cada rato nos empalaga con un travelling semicircular que no aporta nada a la narración y sólo sirve, básicamente, para marear. Raro que no hubiera un asistente que le dijera “che, todo bien, pero se te está yendo la mano con esos movimientos de cámara”.

Aún así, Imparable consigue brindar exactamente lo que promete: entretenimiento, escenas de alto impacto y esa sensación de que las personas más comunes y corrientes son las que sobresalen cuando todo parece irse al diablo. Cine, por y para el pueblo, con sus virtudes y defectos.