Igor. El bueno de la película

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

Menos de lo mismo

Alcanzar la originalidad es algo difícil en todos los ámbitos, pero más aún en el campo de la animación. La tentación de repetir fórmulas estéticas, narrativas y temáticas (con alguna mirada irónica como para justificar cierto guiño cómplice hacia el espectador) termina siendo demasiado fuerte para muchos guionistas y directores. Una semana atrás se estrenó en los cines argentinos Planet 51, un intento europeo sub-Shrek por reciclar los tópicos de la animación hollywoodense. Similar es ahora el caso de Igor, un sub-Tim Burton/Henry Selick que resulta ya no sólo demasiado derivativo de El extraño mundo de Jack sino también Frankenstein, El jorobado de Notre Dame, Robots y El Hombre Elefante.

Igor es un... Igor, una suerte de casta de jorobados desclasados que se desempeñan como asistentes de despiadados cienfíticos en el Reino de Malaria (no es traducción). Pero la trágica existencia del Igor protagónico cambia por completo cuando su amo muerte y puede dar rienda suelta a sus ansias de inventor y dar vida a su gran creación: una mujer gigantesca con cierto parecido a Betty Boop que se convertirá también en su objeto del deseo. Hay reyes malvados que se burlan de su pueblo, competidores crueles y dispuestos a todos, exóticas mascotas y laderos que intentan sin suerte convertirse en comic-relief y una Feria de Ciencias para el final.

Entre la comedia y el terror (sin divertir ni aterrorizar demasiado), Igor resulta, apenas, una discreta historia que entrega un trabajo de animación correcto pero sin grandes hallazgos. Una película más.