Identidad secreta

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

Inventando una estrella

Para quienes no sepan quién es Taylor Lautner, se trata de un morocho de físico muy trabajado que interpreta al licántropo Jacob Black, tercero en discordia de la saga Crepúsculo. Tan inexpresivo y duro como Robert Pattinson, se ha convertido en un sex symbol de adolescentes y, aquí, los productores intentan usufructuar su popularidad y él, despegarse de aquel papel que lo lanzó a la fama.

No voy a ser muy técnico si digo que Lautner es un "paquete", un actor "de madera", pero es tan así que no hay mejor manera de definirlo. OK, es fotogénico, atlético y lo han entrenado para pelear, pero a sus 19 años resulta mucho menos que la inmensa mayoría de los actores de su generación.

El problema, de todas maneras, no es sólo suyo. El guión es menos que mediocre (arranca como película de escuela secundaria, sigue como drama familiar y deriva en thriller de persecución-escape tipo gato-ratón con elementos románticos). En este cocoliche hay un joven que descubre que los supuestos padres con los que convive en realidad son agentes del FBI y luego deberá escaparse -acompañado por la bella vecinita de enfrente (Lily Collins)- tanto de los investigadores del gobierno como de unos mercenarios de Europa del Este.

Hay vertiginosas secuencias en camionetas, trenes y un final en un estadio de béisbol pero el film nunca trasciende una medianía alarmante que tiene que ver, sobre todo, con la falta de ideas. En este contexto poco propicio (previsibilidad y protagonista insulso), alcanzan a destacarse los muy buenos intérpretes contratados para "sostener" el film desde sus papeles secundarios: los falsos padres (Maria Bello y Jason Isaacs), el jerarca del FBI (Alfred Molina), la agente que protege al héroe (la gran Sigourney Weaver) y el malvado de turno (Michael Nyqvist, visto en la saga Millennium) le aportan algo de solvencia y convicción a un film bastante anodino.

Un último párrafo para el director. John Singleton fue, a principios de los años '90, la gran esperanza del por entonces arriesgado, provocador y prometedor nuevo cine afroamericano con su ópera prima Los dueños de la calle. Hoy se ha convertido en un fantasma, un profesional sumiso al servicio de los productos más elementales.