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Crítica de Mex Faliero - Fancinema

La invasión y las pompas de jabón

Nombre habitual dentro de Dreamworks, Tim Johnson ha construido una carrera con trabajos que están pautados por cuestiones político-sociales y un tema recurrente: el territorio y la propiedad sobre él. Digamos, la invasión y el sentido de pertenencia a un lugar, un asunto cultural muy fuerte, arraigado por las distintas sociedades a lo largo de la historia y que ha llevado, claro que sí, a cruentas guerras. Hormiguitaz mostraba esa lucha desde adentro de una comunidad y Vecinos invasores referenciaba la exclusión social paredón (o seto) mediante. De hecho, Johnson dirigió aquel segmento de Los Simpson en el que Homero viajaba a las tres dimensiones y terminaba cayendo entre nosotros, para terminar tentado por el más mundano de los placeres: un pastel erótico. Ahí se observaba una reflexión sobre su propia materia -la animación- y el viaje final reflejaba una mirada interesante: el horror de los terrícolas ante la presencia del “dibujo animado”, y que es al fin de cuentas el meollo de la cuestión de tantas luchas territoriales: el punto de vista sobre el otro. Para no ser menos, la novedad Home – No hay lugar como el hogar (adaptación del libro The True Meaning of Smekday, de Adam Rex) continúa explorando esos asuntos con inteligencia y emoción.

En el film hay una comunidad, los Boov, que tienen como mayor habilidad el huir. Escaparse, marcharse, irse de planeta en planeta para perderle el rastro a los Gorg, sus némesis, quienes viajan por el espacio con el fin de exterminarlos. El tema está plantado: los nómades y aquellos que los persiguen, territorialidad sin identidad, un espacio constante de búsqueda donde afincarse. Pero para sumar a la ecuación aparecen los humanos, porque los Boov deciden hospedarse en la Tierra, y ahí surge otra figura: el desplazado. Los humanos son trasladados por los extraterrestres a un lugar ubicado en Australia, donde les generan un mundo autónomo y que parece contener todo lo que necesitan. O no. El conflicto del refugiado, donde el lugar no es suficiente cuando la distancia marca lejanía con los afectos, se impone.

Todo esto, que parece bastante intrincado, lo es. Pero Johnson tiene el suficiente oficio para hacer de su película un relato fluido (más allá de que el comienzo parece un poco apresurado) y muy atractivo, con una concentración dramática envidiable que pone el ojo en el cuento y su anécdota. Y más allá de la simpatía en el diseño de sus personajes -algo clave en la animación-, se vale no sólo de un humor acelerado y absurdo (las posibilidades cómicas que brindan los Boov parecen ilimitadas) pero fundamentalmente de una textura pop que invade colores, emociones y sonidos hasta convertir a Home en una pompa de jabón gigantesca.

La textura es fundamental en Home. El pop, síntesis del arte que aún no ha encontrado reemplazante, es también un lenguaje que acorta fronteras. Compuesto por emociones simples -simples de decir y simples de interpretar-, es un puente que acorta brechas generacionales y culturales. Es, además, una herramienta occidental y capitalista, algo que Home acepta y asimila, pero no como forma de exclusión: los Boov, una vez llegados a la Tierra, convierten su espacio en un resumen del planeta, por allí anda la Torre Eiffel con su iconografía a cuestas, encerrada en una pompa de jabón enorme. Los Boov son, en definitiva, desde su amabilidad naif y su individualismo extremo edificado por su costumbre de huir y nunca afincarse, un espíritu de época. Es ese espíritu mostrado de forma lúdica el que impacta con un tema algo más complejo como el de la territorialidad, y que resuelve las cosas tal vez de un modo simple: hay un horror -marcado en los Gorg- que es finalmente eludido, sobre-explicación en la resolución, un doble final algo lacrimógeno en exceso y una completa elusión de los factores económicos que subyacen a toda invasión (algo que ni Wall-E ni Vecinos invasores obviaban del todo).

Pero salvados estos problemas que evidencia Home hacia su desenlace, hay que reconocerle a Johnson su confianza absoluta en lo que la animación debe ser, y de ahí el sostenimiento de su tesis mayor. Con un diseño tan bello como original, la película transita por el camino de lo habitual reconvertido fantásticamente (ese auto que vuela), para sorprender a cada instante: y en eso es fundamental el humor neurótico, la imaginación y libertad en sus formas, y un personaje central como el de Ohh, tan amable como complejo en el sucedáneo de emociones que lo embargan y que le hacen cambiar de color. Home termina sosteniendo la validez del terruño propio como espacio identitario, pero para ello se pega un viaje por las emociones, los vínculos y los afectos, que son al fin de cuentas los que garantizan el nexo entre el ser y el espacio que lo circunscribe. Un mundo nuevo, un poco a la Wall-E, donde aquí el abrazo cumple la función del estrecharse las manos en aquella obra mayor de Pixar.