Historias de ultratumba

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

El arte de evadirse

Muy deudora de las antologías del espanto de Amicus Productions y del tono entre socarrón e implacable de su competidora Hammer, la disfrutable Historias de Ultratumba (Ghost Stories, 2017) nos presenta tres relatos de terror englobados alrededor del devenir del Profesor Phillip Goodman (Andy Nyman, quien además dirige y escribe la película junto a Jeremy Dyson), un especialista en desenmascarar a magos, psíquicos y clarividentes en su show televisivo en esencia con el objetivo de que la superstición y el oscurantismo no arruinen la vida de nadie como su padre, un judío ortodoxo, arruinó la de su hermana, a quien expulsó de la familia por salir con un asiático. El film se mueve a contrapelo de la banalidad de buena parte del horror mainstream contemporáneo, un rubro siempre deseoso del susto fácil, y apuesta a analizar el punto en el que las decisiones y la existencia de cada individuo se convierten en una condena mucho mayor que la que pueda llegar a imponer el poltergeist acechante de turno, a su vez incluyendo chispazos de humor negro sutil e hiper británico que condimentan la narración desde una elegancia infrecuente en la actualidad.

Aquí la excusa para que comiencen a desfilar las historias del título pasa por la invitación de Charles Cameron (Leonard Byrne), un colega del pasado lejano que inspiró a Goodman siendo apenas un niño: Cameron, una leyenda dentro del enclave de los periodistas obsesionados con fenómenos sobrenaturales, ahora es un anciano enfermo que vive en una casa rodante en la pobreza y sorprende al protagonista con el encargo de investigar tres casos inexplicables que según él destruyeron aquellas presunciones de antaño y terminaron de minar el trabajo de toda su vida, del cual hoy por hoy se avergüenza por su sustrato escéptico, arrogante y profundamente cobarde en lo que atañe a aceptar interpretaciones no racionalistas al momento de tratar de comprender lo desconocido. El primer caso se vincula a Tony Matthews (Paul Whitehouse), un guardia de seguridad que se topó con una entidad espectral en un psiquiátrico, el segundo a Simon Rifkind (Alex Lawther), un adolescente que una noche atropelló con el auto de su padre a una figura demoníaca, y el tercero a Mike Priddle (Martin Freeman), un burgués que experimentó sucesos paranormales en su hogar.

Más allá de elementos contextuales clásicos del género en lo referido a brindar un trasfondo psicológico para cada personaje en cuestión (Matthews siente culpa por dejar de visitar a su hija paralizada por el síndrome de enclaustramiento, Rifkind acarrea una mala relación con sus progenitores y Priddle viene de una tragedia con su esposa embarazada), la película consigue destacarse de tantas otras propuestas similares gracias a que lo más atractivo del lote no son los tres relatos fantasmagóricos centrales sino el derrotero del propio Goodman, el cual asimismo tiene lo suyo en materia de traumas del pasado que determinaron su profesión del presente (dejando de lado el episodio introductorio acerca de la intolerancia de su padre, el hombre esconde un secreto de su infancia del que viene huyendo hacia adelante mediante su caza sistemática y literal de brujas y brujos modernos). Todo el último acto supera por mucho al desarrollo previo de la mano del incidente del que hablamos y un desenlace tétricamente mundano que motiva una relectura de lo visto con anterioridad, tracción a pinceladas surrealistas que saltan hacia una visceralidad descarnada y taciturna.

Los directores y guionistas Dyson y Nyman, este último conocido especialmente por su trabajo actoral y sus colaboraciones con el ilusionista Derren Brown, adaptan su exitosa puesta teatral homónima de 2010 y la convierten en una ópera prima para ambos de lo más astuta y gratificante, compensando la falta general de originalidad con un ritmo narrativo dinámico, diálogos afilados y una valentía bastante inusual en el mainstream anglosajón contemporáneo, adepta a llamar a las cosas por su nombre y a señalar la tendencia de los seres humanos a escapar de acciones, omisiones y coyunturas que les resultan penosas. Precisamente, esta predilección por cultivar el arte de evadir y evadirse es el eje ineludible de la película, ya sea que pensemos en rehuir de las responsabilidades familiares, negarle una ayuda urgente a quien la necesita, sortear trabas que hacen a nuestra vida cotidiana o simplemente decidir mirar para otro lado o marcharse frente a la presencia de peligro o la sensación de dolor. La angustia provocada por errores pasados y la dimensión de lo real son puestas a prueba en una obra interesante que sabe cuándo y dónde pegarle al espectador…