Hipólito

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Una de instrucción cívica

El polvorín político en la Córdoba de 1935, con radicales y conservadores enfrentándose para llegar al poder, en tono aleccionador.

Con una producción cuidada, buenas intenciones y un puñado de actores conocidos cumpliendo diversos roles de peso (Luis Brandoni, Enrique Liporace, Daniel Valenzuela, que parece enquistado en los papeles de violento y/o corrupto) Hipólito transcurre en la Córdoba de los años ’30, cuando otra dictadura militar estaba instalada en nuestro país y las elecciones de noviembre de 1935 en aquella provincia resultaron un polvorín.

El título del filme es el nombre de un niño, a quien su padre ausente se lo puso en honor a Hipólito Yrigoyen, presidente de la Nación y símbolo radical. El chico tampoco tiene madre y una mujer lo ha criado, mientras él aguarda el regreso de su padre. Comparaciones o alegorías al margen, la trama no sigue tanto a Hipólito sino a Marcelo Frías (Tomás Gianola), joven radical que va a Plaza de Mercedes, donde los conservadores hacen de las suyas (léase fraude, apremios ilegales y otros etcéteras) para ganar las elecciones. Frías es hijo de un importante dirigente radical (Brandoni), pero en el pueblo chocará sus ideales con ciertas realidades del lugar que un puntero zonal (Liporace) no podrá hacerle entender.

“Las palabras ayudan, pero no alcanzan”, o “Vamos a ir más despacio, pero hay que ganar como sea” son frases que chocan con el idealismo de Frías hijo. Dirigida por Teodoro Ciampagna, algunos diálogos que a fuerza de sentencia pierden su mérito intrínseco no restan demasiado a un filme que busca aleccionar y defender los valores democráticos. A veces, parece demasiado destinado a un público joven.