Harry Potter y las Reliquias de la Muerte: Parte 2

Crítica de Diego Maté - Cinemarama

Lugares para estar.

Debo ser el peor espectador posible para una película como Harry Potter y las reliquias de la muerte: Parte 2. Solamente vi la segunda entrega de la saga, estrenada en 2002, y desde ese momento no supe más nada del universo creado por J.K. Rowling ni de las transposiciones hechas en cine (salvo por el rumor de que cerca del final Harry parecía que moría, y que Daniel Radcliffe estaba cada vez más barbudo). Sin embargo, a pesar de no haber leído ninguno de los libros y de haber visto una única película hace más de ocho años, siento que no me quedé tan afuera durante la función de Las reliquias de la muerte: Parte 2. Es más, creo que esa distancia con la historia me dio cierta libertad para disfrutar la película desde otro lugar, que no tenía tanto que ver con el cierre que se le daba a una serie de personajes y conflictos llevados insistentemente a la pantalla desde hace una década sino con la evolución (o no) que cada uno exhibía al interior de la película, más allá del pasado con el que cargaban.

La sensación que tengo es esta: Las reliquias de la muerte: Parte 2 es una buena película que prácticamente se cuenta sola y que se muestra capaz de resistir los embates de la peor dirección y el armado de guión más obtuso. La mayoría de los personajes tienen un espesor narrativo que los vuelve interesantísimos sin importar las vueltas de tuerca del relato, la información revelada de forma sorpresiva o la manera en que hacen frente a sus problemas. Por ejemplo, Severus Snape (al que recuerdo muy vagamente de la La cámara secreta) es un personaje que prácticamente instala un clima propio en cada una de las escenas en las que aparece, como si el mago de negro interpretado por Alan Rickman se adueñara de la película y le imprimiera toda su elegancia lúgubre y económica en movimientos y gestos con apenas un par de líneas. Lo mismo pasa con Harry, que se ve sometido a una interminable cantidad de giros de guión pero manteniendo un tono y un carácter que lo vuelven un personaje sólido, coherente, un poco sobreactuado pero siempre más o menos convincente con su eterna expresión de preocupado.

Decía que Las reliquias de la muerte: Parte 2 se cuenta sola. Eso también se percibe en la manera en que la película le habla a un (su) público, con un buen número de guiños y referencias constantes a las películas anteriores. Sin embargo, si por momentos la historia depende demasiado del conocimiento del resto de la saga, el relato, en cambio, es pura acción y desplazamiento que termina minimizando el hecho de no saber de lo que se habla. Así, como siempre en el cine (y en el arte en general), la referencia al mundo (o a un mundo, en este caso de ficción) depende de la forma en que se construye lugar. En la escena inicial, cuando el trío protagónico conversa y negocia con un duende tirado en un sillón, obviamente no entendí nada sobre los múltiples objetos, personajes y hechos que se nombran, pero la forma de narrar ese momento, como rememorando un pasado lleno de aventuras, viajes, peligros y rivalidades, logra que la escena sea muy disfrutable incluso para los que no conocemos absolutamente nada de la historia.

Más o menos por la segunda mitad de película empiezan los problemas. Los personajes dejan de moverse tanto para dedicarse a dar discursos y explicaciones varias que le restan velocidad al relato y terminan convirtiendo la película en una cosa pesada, densa, más preocupada por suministrar la mayor cantidad de información en el menor tiempo posible que por contar una historia con nervio y tensión como lo venía haciendo antes. Esos diálogos, flashbacks y vueltas de tuerca interminables parecieran estar dirigidas al público que sigue la saga que, supongo, podría exigir coherencia narrativa al costo (altísimo, para mi gusto) del vértigo cinematográfico de la primera mitad. Excepto por los momentos de duelos, batallas y estilización de los gestos heróicos, la segunda parte me aburrió y de a ratos casi me molestó, hasta que me acordé del cierre de la excelentísima trilogía de El señor de los anillos, cuando al final de la tercera película el guión apelotona resoluciones de conflictos a lo pavote y la cámara hace lo propio mediante el abuso de la cámara lenta. Seguramente se trate de un mal propio de las sagas: quizá sea más difícil de lo que uno imagina el realizar una clausura de todas las lineas narrativas sin perder agilidad visual. Si tenemos en cuenta esto, el final de la saga de Harry Potter (compuesta nada más y nada menos que por ¡ocho películas!) no es tan terrible como podría haber sido.

De todas formas, más allá de la debilidad de la segunda mitad, durante toda la película se siente la fuerza de un relato que llega a su fin, de una historia que parece haber acompañado a una enorme cantidad de personas durante una década de sus vidas. Por algún motivo, incluso sin haber pertenecido nunca a los seguidores de la saga de libros y películas, siento que algo de mi historia personal también se cierra y termina con Harry Potter. La cámara secreta fue la primera película en muchos años que vi en cine: me llevaron mis amigos y fui más por compartir una salida que por ganas de ver al mago de anteojos y sus compañeros. En esa época todavía no me interesaba el cine, apenas si alquilaba una película en Blockbuster o veía algo en cable. No sé si fue casualidad o no, pero después de la función de La cámara secreta empecé a ir ver películas en sala más seguido (acompañado pero también solo) y el cine me generó cada vez más curiosidad, hasta que cosa de tres o cuatro años después me decidí a hacer cursos, seminarios y todo eso que uno hace cuando le gusta algo pero todavía no sabe cómo acercarse a eso. Mi interés por el cine, que me marcó y me sigue marcando hoy, arrancó apenas un par de años después que la saga fílmica de Harry Potter y, por eso, creo que a pesar de no haber seguido nunca sus películas, también algo mío (vaya uno a saber qué) concluyó en la función que daba cierre a la historia del mago, y que eso hizo que me pudiera introducir en la historia y sentir a la par de los demás espectadores lo épico y lo trágico del final de una saga que también es el final de un mundo que durante diez años se convirtió en un lugar para estar. Creo que muchos de los que salían conmigo de la proyección de Harry Potter y las reliquias de la muerte: Parte 2 estaban abandonando para siempre un espacio mucho más grande, vasto y misterioso que el de una sala de cine ubicada en El Abasto.