Happy Feet 2: El pingüino

Crítica de Santiago García - Tiempo Argentino

Esta vez dejan al espectador helado

Las nuevas aventuras de este simpático pingüino bailarín resultan decepcionantes, sin un discurso claro, donde la característica del personaje es una perseverancia que no alcanza para transmitir entretenimiento ni emoción.

Esta secuela de Happy Feet, dirigida también por George Miller, se centra en la historia de Erik, el hijo de Mumble, protagonista de la primera parte. Las frustraciones del pequeño lo llevan a buscar nuevos horizontes y donde se encontrará a sí mismo a la vez que reconocerá el valor de su padre.
El resultado es decepcionante, más, viniendo de la mano de George Miller. Este director, nacido en Australia, tiene la particularidad de ser uno de los pocos realizadores de cine del mundo cuya profesión original era ser médico. Con una doble vocación sorprendente, luego de dedicarse a la medicina, Miller entraría en la historia grande del cine mundial al crear y dirigir la saga de Mad Max, los films que lanzaron a la fama a Mel Gibson y se convirtieron en un referente del cine contemporáneo. También son de Miller Las brujas de Eastwick y la muy emocionante Un milagro para Lorenzo, donde aplicó sus conocimientos médicos. Con Babe 2: un chanchito en la ciudad demostró una maestría inesperada para los films infantiles, aunque muchos la calificaron de demasiado oscura y siniestra. Como sea, fue otra gran película del director.
¿Qué queda aquí de ese cineasta? Poco y nada, hay que decir. Si bien hay escenas de cierto dramatismo en las cuales se ve el oficio del director, la mayor parte del tiempo estamos frente a uno de esos productos neutros, mediocres, que no logran armar nunca un discurso claro.
Tan confuso como su discurso es su banda de sonido. Qué no logra un collage interesante sino un pastiche intragable difícil de soportar. De hecho, el momento del descubrimiento del talento del pingüino protagonista es uno de los momentos de mayor vergüenza ajena que se hayan registrado en los últimos años. Ni la reivindicación de la música como una forma de paliar la angustia existencial ni el mensaje de trabajar en conjunto para alcanzar los objetivos alcanzan para volver valiosa esta película.
Eso sí, como en todos los personajes de George Miller, la perseverancia es una característica sobresaliente. Lamentablemente esto sólo no permite ni la emoción ni el entretenimiento. Tampoco los personajes secundarios que intentan ser graciosos lo consiguen. Por los antecedentes del director, lo más generoso es correr un manto de piedad sobre esta película fallida y pasar de largo.