Hansel & Gretel

Crítica de Diego Maté - Cinemarama

No están muy claros los motivos del éxito que tuvo el cine de terror oriental en la Argentina hace algunos años. Algo le vimos (o creímos ver) que nos hizo enfrentarlo con el género en su vertiente más tradicional, choque del que las películas orientales parecían salir ganando siempre: éstas no eran explicativas, le rehuían a la psicología, abusaban menos de los sustos, sabían construir mejor los climas (era un cine de climas, evidentemente) y se nos hablaba de nuevos espacios posibles para el terror (la ciudad era el más frecuentado). Pero a medida que las películas llegaban (las bajábamos o comprábamos piratas, muy pocas veces se estrenaban) empezó a traslucirse cada vez más el hecho de que el terror oriental era una especie de género en sí mismo altamente convencionalizado y con una rigidez que dejaba poco lugar a las innovaciones. Fantasmas de pelo largo y vestidos mojados (el “síndrome Sadako”, casi una peste) o chicos con caras de pocos amigos, todos estaban malditos por algún acontecimiento del pasado y pedían ser escuchados para liberarse de su condición de espectros. Así puede resumirse el argumento de la gran mayoría de las películas de terror japonés. No por nada muchas de esas películas, como Dark Water, Ju-On (las dos), la trilogía de Ringu, Kairo o The Last Call, tuvieron remakes estadounidenses: algo de su previsibilidad y esquematismo le interesó a la industria norteamericana, lastres que nosotros no terminamos de percibir hasta un tiempo después.

Claro que Japón no era el único país que integraba esa categoría tan poco precisa del terror asiático (más bien tendría que hablarse de “j-horror”, o sea, de terror japonés). Hansel y Gretel es la primera película de terror coreana que veo, y lo primero que se me ocurre es que seguro no vaya a ser objeto de remake, sobre todo por el regodeo en el clima y la poca atención que el director le dirige a la tensión. Una casa encantada en medio del bosque habitada por tres chicos recibe a visitantes que se alejan de la ruta. Los chicos quieren que los adultos se queden con ellos y sean sus padres, y los que tratan de escapar, o bien se pierden en la espesura del bosque y vuelven a la casa, o les va mucho peor. Mientras mantiene algo de misterio en la trama, la película entretiene incluso a pesar del abuso que la puesta en escena hace de la imagen de la casa y los chicos, siempre pretendidamente siniestros, siempre queriendo esconder algo terrible (hay planos medio ampulosos que parecen sacados de una película de Torre Nilsson). Pero cuando el conflicto empieza a revelarse, el relato se va todo en averiguar el pasado de los chicos, incluso recurriendo a largos flashbacks que hacen las veces de parches narrativos aburridos que sobreexplican hasta el hartazgo a los personajes. Para colmo, como remate final de tanta medianía e impostación, el director confía poco en su público y por eso, a cada revelación o dato nuevo, interrumpe la acción insertando imágenes que nos recuerdan de qué se está hablando, no sea cosa que se nos escape alguna vuelta de tuerca.