Han Solo: una historia de Star Wars

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Clasicismo para las masas

Luego de dos propuestas fallidas, Rogue One (2016) y Star Wars: Los Últimos Jedi (Star Wars: The Last Jedi, 2017), y sopesando que a esta altura ya parecían un accidente los logros de la disfrutable Star Wars: El Despertar de la Fuerza (Star Wars: The Force Awakens, 2015), sinceramente nadie esperaba demasiado de Han Solo: Una Historia de Star Wars (Solo: A Star Wars Story, 2018), el último eslabón de lo que promete convertirse en una cadena de montaje infinita desde que la Disney compró Lucasfilm Ltd. y por ende la franquicia estrella de la empresa, aquella que empezó con la hoy distante La Guerra de las Galaxias (Star Wars, 1977). Así las cosas, a decir verdad esta flamante entrega es un producto bastante digno que reflota el trasfondo clasicista del opus de J.J. Abrams de 2015 para inyectable una dosis de “legitimidad” a una saga que se volvió errática y redundante.

Por supuesto que continuamos en terreno conocido, sobre todo considerando que hablamos tanto de un spin-off centrado en el afamado personaje del título como de una suerte de precuela del film original de George Lucas de la década del 70: la historia es sencilla a más no poder y gira alrededor de un joven Solo (Alden Ehrenreich), quien termina separado de su amor Qi'ra (Emilia Clarke), uniéndose a las tropas imperiales y después desertando para formar una alianza con el cazarrecompensas Beckett (Woody Harrelson) con la vaga idea de reunir dinero, comprar una nave espacial y volver a rescatar a su pareja. Poco sale según lo planeado y de este modo se ve obligado a trabajar para Dryden Vos (Paul Bettany), jefe de una organización criminal en la que encuentra a la propia Qi'ra como lugarteniente, la cual lo ayudará en una misión orientada a robar un combustible no refinado muy valioso.

Desde el vamos se nota mucho que la realización fue encarada por tres veteranos del cine, el director Ron Howard, el guionista Lawrence Kasdan y la productora principal Kathleen Kennedy, profesionales con una enorme experiencia encima que hoy por hoy decidieron apostar al modelo retórico de los westerns y dejar de lado el fetiche con los CGIs y toda aquella estratagema política/ bélica mal desarrollada de las precuelas de Lucas y las dos obras precedentes. Precisamente, esta “bajada a tierra” beneficia mucho a la película porque por un lado el sustrato aventurero pasa al primer plano y por el otro la interrelación entre los personajes se siente más natural y menos forzada, sin esa obsesión contemporánea con las múltiples subtramas, las secuencias de acción más grandes que la vida misma y esa insoportable introducción de nuevos personajes que no se “acoplan” bien con los antiguos.

Como decíamos con anterioridad, el opus de Howard es extremadamente simple y en este caso -tratándose de un mega tanque de Hollywood- no podemos más que agradecer los diálogos afables, un devenir lineal y vertiginoso y el buen corazón de una odisea que en esencia retoma con gracia y altura la típica premisa de los spaghettis centrada en una serie de mexicaneadas superpuestas en torno al tesoro de turno, el combustible. No hace falta ni aclarar que la obra en cuestión está muy pero muy lejos de la trilogía original y que el pobre de Ehrenreich no llega ni a los talones de Harrison Ford, sin embargo el convite logra incorporar con espontaneidad a futuros cofrades históricos como Chewbacca (Joonas Suotamo) y Lando Calrissian (Donald Glover) y es innegable que podría haber sido mucho peor si tenemos en cuenta el cine chatarra que nos enchufa actualmente el mainstream yanqui, el cual -por lo menos en esta ocasión- se dignó a empaquetar un producto que resulta tan concienzudo y retro como entretenido y ascético a la vieja usanza, cargado de objetivos mundanos, antihéroes ambivalentes y traiciones que enfatizan la importancia del relato en sí por sobre los fuegos de artificio digitales y los estereotipos más insípidos…