Halloween: la noche final

Crítica de Jessica Johanna - El Espectador Avezado

La tercera y última parte de estas secuelas y relecturas de la película de John Carpenter sigue lo planteado en la anterior, y de un modo bastante remarcado, pero con una presencia menor del icónico villano.
«El mal no muere. Sólo cambia de forma», escribe Laurie Strode en el libro en el que se encuentra trabajando años después de su último encuentro con «the Shape», quien le arrebató la vida a su hija y escapó. 45 años después, ya no es la adolescente de 1978 sino una mujer traumatizada, fuerte y con un dolor a cuestas a causa de la pérdida, compartida junto a su nieta, Allyson, con quien convive.
El pueblo de Haddonfield tampoco es lo que era. O quizás ya no puede ocultar lo que en verdad es. Sumido en la oscuridad y la violencia que lleva el nombre de Michael Myers, lo cierto es que la gente que ha decidido quedarse viviendo ahí llevan vidas poco agradables cuya mayor distensión a veces parece ser salir a divertirse un poco durante la noche de Halloween. En una primera escena que comienza de modo tradicional (revirtiendo la imagen de la niñera por la de un niñero), sucede un accidente tremendo de manera inesperada y Corey, el joven a cargo de cuidar a un niño mientras sus padres salían, se ve a sí mismo como lo ve el pueblo: un asesino. En una arriesgada pero curiosa decisión, será este el personaje que tome las riendas y se convierta en protagonista y/o villano.
El mal como entidad parece ser el mismo pueblo, sus mismos habitantes. Michael Myers no aparece durante gran parte de la película y sin embargo siempre está omnipresente. La violencia forma parte del día a día y en el medio se encuentra Corey, que tras salir de prisión después de un año trabaja en la mecánica de su padre y vive con una madre que lo sobreprotege y lo cela. Tras un altercado con otros muchachos de su edad, Corey conoce a Laurie Strode y luego a su nieta, que inmediatamente sentirá algo distinto por él. Pero Corey está atravesando cambios más grandes que los hormonales, el mundo se le presenta hostil y de a poco abandona su estado sumiso y callado, hasta que el mirar el mal a los ojos lo define todo.
Esta tercera entrega en cierto modo explota la idea que Gordon Green había dejado muy en claro en la anterior. De hecho no sólo la subraya, la remarca y la repite constantemente en boca de más de un personaje, sino que también parece un epílogo largo de lo que se planteaba allí. La idea de correr al villano personaje para abarcar algo más grande es interesante para el final de la saga, pero no está del todo bien ejecutada y eso le resta potencia.
Es como si todo lo que John Carpenter (quien vuelve a aparecer con su música original y en diferentes homenajes sembrados a lo largo de todo el film) dejó bajo la superficie se su película, acá se excavara y se expusiera con carteles. No hay sutileza alguna con el tinte filosófico que aquí explota aunque sí se sienta la atmósfera densa y enrarecida de un pueblo perdido.
La transformación de menos a más de este personaje es lo mejor construido del film. Entonces abandona un poco aquello que hizo a la saga: el villano enmascarado y la final girl (que sigue estando, pero con menor fuerza). Somos testigos de cómo el pueblo va cambiando a Corey, de cómo desde la culpa se lo va convirtiendo en aquello de lo que se lo acusa. Allyson lo acompaña sin saber hasta dónde se es capaz de llegar (aunque su personaje quede a medio camino).
¿Puede un lugar modificar a una persona, a una comunidad? ¿O la maldad es algo que llevamos intrínsecamente dentro hasta que algo o alguien lo hace salir? ¿Se puede escapar de lo que parece inevitable? Quizás, todos somos un poco Michael Myers.
Jamie Lee Curtis queda un poco relegada aunque al final tenga su esperado nuevo encuentro. Y sin embargo se sucede de una manera un poco forzada, sin la emoción que generó el encuentro en la primera de Gordon Green, probablemente acentuado por todo el tiempo que había pasado en el medio. Jamie está tan fantástica como siempre, eso sí, capaz de regalar simples miradas y gestos que dicen más que lo que los diálogos subrayan a cada rato.
Gordon Green se aparta y al mismo tiempo toma elementos propios de la original. Es como que se queda en el medio entre la nueva visión y el homenaje. En ese sentido es menos riesgosa que las versiones de Rob Zombie (que quien escribe banca principalmente por apropiarse a su antojo de lo que había en la original) y un poco más complaciente. Desde lo técnico y lo formal, es una película de terror bien hecha, pero sus problemas radican en lo narrativo, en su esqueleto. En ese guion que su director escribió junto a otras varias manos, las de Danny McBride, Chris Bernier y Paul Brad Logan.
Entre giros interesantes, un buen uso del terror y un par de momentos brutales pero también un subrayado constante de ideas y una poco equilibrada galería de personajes que a veces no se terminan de aprovechar, Halloween Ends supone un final. Quizás no sea el final de la saga completa pero sí de una era en la cual Gordon Green (y la productora Blumhouse) homenajeó a Carpenter a su modo.