Halloween: la noche final

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Por el camino oscuro

Claramente Halloween Ends (2022), tercer producto fallido al hilo de David Gordon Green, funciona como una respuesta a las críticas que cosechó Halloween Kills (2021) entre la prensa y los fans de la franquicia, en esencia apuntando una y otra vez al carácter poco imaginativo del film, la redundancia slasher y un sustrato coral convulsionado/ desprolijo/ improvisado que abarcaba muchísimo más de lo que podía apretar a ciencia cierta a escala dramática, por ello más que regresar a Halloween (2018), una cruza apenas potable entre la tragedia de traumas de antaño, el thriller de venganza por encarcelamiento y el susodicho slasher de adolescentes bobos faenados sin cesar, Halloween Ends pretende ofrecer algo relativamente “nuevo” y por ello se impone más como una película independiente -algo insólito tratándose de un supuesto tercer capítulo, el final, de una trilogía- que como una continuación a toda pompa de lo visto con anterioridad, fundamentalmente el combate ya hiper cansador entre The Shape/ Michael Myers (James Jude Courtney) y tres generaciones de mujeres, léase la abuela Laurie Strode (Jamie Lee Curtis), su hija y también progenitora Karen (Judy Greer) y la infaltable nieta jovencita Allyson (Andi Matichak), panorama que en última instancia nos deja con otro despropósito sin pies ni cabeza del cine mainstream contemporáneo que pretendiendo dejar a todos contentos desencadena exactamente lo opuesto, el desinterés del grueso del público y la furia volcada al olvido instantáneo gracias a otra prototípica indecisión en lo que atañe a la razón de ser de la propuesta en cuestión.

La mentada “novedad” detrás de Halloween Ends, nuevamente escrita por Green y Danny McBride y ahora también por Paul Brad Logan y Chris Bernier, pasa por un esquema de melodrama lacrimógeno + bildungsroman o relato de aprendizaje en versión macabra + la fórmula “pueblo chico, infierno grande” modelo prosaico a lo Stephen King + epopeya de venganza por atropellos varios + construcción -o reconstrucción, lo que calce mejor a nivel conceptual- de un psicópata con una evidente “ayudita” de un exterior social sofocante, cruel y maquiavélico, este último ingrediente extraído de nada menos que Psycho II (1983), aquel muy digno corolario, dirigido por el australiano Richard Franklin y escrito por Tom Holland, del clásico de 1960 de Alfred Hitchcock. Green, un realizador de idiosincrasia indie que combinó dramones correctos con comedias francamente impresentables, en realidad no sabe qué hacer con la saga porque después del eslabón del 2018 de identidad conservadora o purista en materia de apegarse a las bases impuestas por Halloween (1978), uno de los trabajos menos interesantes de ese John Carpenter que imitaba a los giallos de Dario Argento y Mario Bava, el máximo responsable de esta flamante trilogía experimentó sin éxito alguno con el slasher muy caótico en Halloween Kills y ahora con una “crónica de origen” de un psicópata de corta edad que se mueve en relación de espejo con respecto al imparable The Shape, en términos de alumno/ maestro aunque sin profundizar demasiado en el asunto porque el gremio audiovisual actual adora el antiintelectualismo naif o baladí.

Más de la mitad del metraje está dedicada, precisamente, a la historia de un personaje que nada tiene que ver con las dos realizaciones previas y que se abre camino como el núcleo dramático principal del convite, muy por encima de las mujeres o siquiera el célebre Myers en una hilarante jugada que enervará a los descerebrados que continúan esperando algo de Hollywood: Corey Cunningham (Rohan Campbell) es un muchacho que en 2019 trabaja de niñero en la casona de unos burgueses y mata accidentalmente a un purrete, Jeremy Allen (Jaxon Goldberg), después de que el chico lo dejase encerrado y el joven patease la puerta hasta empujar al mocoso de mierda desde lo alto de un balcón de una escalera interna, por ello es acusado de homicidio involuntario, eventualmente absuelto y tres años después, en 2022, aún se tiene que comer el basureo sistemático de toda la mini ciudad de turno del Estado de Illinois, Haddonfield, triste “oveja negra” que despierta el amor de Allyson, una enfermera que se quedó sin su madre por la masacre del opus previo y hoy por hoy vive con su abuela, a su vez reconvertida en escritora dedicada a sus memorias y preocupada por las tendencias revanchistas y el “camino oscuro” hacia el que se dirige Cunningham, quien pasa de simplemente querer abandonar Haddonfield con su noviecita a empezar a cargarse a todos los hijos de puta sádicos del pueblo una vez que se encuentra por casualidad con Michael, en pantalla literalmente viviendo en el sistema de drenaje y uniendo fuerzas con Corey para reventar a abusones, policías, vagabundos y compañeros de trabajo de la ninfa.

A decir verdad lo único que funciona como es debido en Halloween Ends es -nuevamente- la música de sintetizadores ochentosos de Carpenter, su vástago Cody Carpenter y Daniel A. Davies, hijo del gran Dave Davies de The Kinks y ahijado de John, ya que las casi dos horas de duración se hacen insoportables y cualquier otra referencia al pasado resulta dolorosa y se siente debilitante en comparación cual osteoporosis artística crónica, desde las referencias al paso a The Thing (1982) y Hard Target (1993), de Carpenter y John Woo respectivamente, hasta las alusiones implícitas en el arco de desarrollo del personaje del eficaz Campbell, como la nombrada Psycho II -metamorfosis de victimario en recuperación a victimario consciente de por medio- o esa misma introducción que invierte el género sexual de la leyenda urbana de “la niñera y el hombre de arriba”, por cierto ya adaptada a la gran pantalla en Scream (1996), de Wes Craven, When a Stranger Calls (1979), de Fred Walton, y aquel opus primordial de 1978 que desencadenó esta catarata de continuaciones intercambiables en las que sólo se destacan las dos primeras con la curaduría de Carpenter, Halloween II (1981), de Rick Rosenthal, y Halloween III: Season of the Witch (1982), de Tommy Lee Wallace. Saturada de flashbacks innecesarios y diálogos reiterativos sobre los monstruos creados y esos otros que nacen así, Halloween Ends es un delirio total -y no de los buenos, los anarquistas- que pretende denunciar la hipocresía de una sociedad que juzga al otro sin mirarse al espejo en función de sus errores, debilidades y tendencias brutales…