Habemus Papa

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Hombres de mucha fe

Nanni Moretti es el analista de un Papa que no quiere asumir.

La relación entre un paciente y su terapista es siempre particular. Unica. Ahora, si el psicoanalista no es creyente y a quien tiene enfrente es el mismísimo Papa la cosa se torna completamente singular.

Habemus Papa (aquí en la Argentina sin la “m” final que corresponde poner en latín, por el “Tenemos Papa”) es más que el vínculo entre el psicoanalista (Nanni Moretti) que llaman desde el Vaticano con desesperación cuando el cardenal Melville (Michel Piccoli) entra en crisis al ser elegido Sumo Pontífice y no quiere ni siquiera asomarse al balcón a la Plaza San Pedro. Moretti, como director, ofrece una sola y extensa escena en la que ambos personajes están sentados, uno frente al otro, con todos los cardenales rodeándolos.

Es que al escepticismo de los prelados hacia el psicoanálisis, claro, se le suma la incertidumbre de qué pasaría si el Papa no asumiera como tal. Los designios del Señor son insondables.

Moretti toma a todos sus personajes –básicamente los cardenales, el vocero del Vaticano, su personaje y el de su esposa, también analista- y los muestra desde una mirada entre benévola y condescendiente. No está en contra del Vaticano, y prefie re exponer a los cardenales tal cual son, como humanos con sus defectos y bondades, en un campeonato de voleibol en un patio del Vaticano...

Decididamente en tono de comedia –pero en la modulación y el matiz que el director de Caro diario sabe imprimirle a sus filmes-, la película comienza con los funerales de un Papa (las escenas corresponden al de Juan Pablo II) y el ingreso de los cardenales al encierro hasta que haya fumata blanca y elegido al sucesor. Allí, todos al escribir el nombre de quien postulan sea el Papa, piden “Qu no sea yo, Señor, te lo ruego”.

Moretti no se gasta en explicar por qué termina siendo elegido Melville cuando ni siquiera figuraba entre los favoritos (otro designio divino) y poco le importa, ya que su filme no es sobre los manejos del Vaticano si no sobre cómo un hombre puede advertir sus limitaciones y decidir no hacer aquello para lo que no cree estar preparado.

Y para cuando el Papa aproveche una visita a Roma para fugarse, el enredo ya estará listo.

Michel Piccoli está realmente espléndido. Tanto cuando sólo debe musitar alguna frase (“Dios ve en mí habilidades que yo no tengo”, o al escuchar “No quiere ser el Papa”, que argumenta el analista, y su personaje le responde “Ya soy el Papa”) como con sus gestos contrariados y de niño perturbado, que ansía refugiarse en el teatro -le gusta la actuación- para encontrarse a sí mismo. ¿O su salvación? La contraposición entre el psicoanálisis y la fe (“El concepto de alma y subconsciente no pueden coexistir”, le avisan al analista) es un punto alto del filme. “En la Biblia se habla de la Depresion, están los sintomas: sentimiento de culpa, pérdida de peso, pensamientos suicidas...”, le hace decir al analista. Poco después, con el Papa deambulando en Roma, en el torneo de voley en el patio del Vaticano, todos aplauden a los pobres curas de Oceanía, cuando finalmente consiguen un punto. Eso, y la escena en la que se escucha (y bailan) Todo cambia , en la voz de Merecedes Sosa, pintan en claro sobre qué va el filme.