Güelcom

Crítica de Mex Faliero - Fancinema

Lentamente el cine nacional se le anima a los géneros. Y en este sentido, la comedia romántica, de Taratuto para acá, parece ser el más experimentado: claro que salvo la notable Música en espera, los resultados han sido de pasables a regulares, incluso malos. Es evidente que uno de los errores es la forma en que se concibe el producto: hay una explícita copia del modelo norteamericano (los “maestros” absolutos), pero sin interés en reparar en cómo son trabajados los mecanismos y los lugares comunes, incluso muy lejos en cuestiones de tiempo cómico, algo que es fundamental. La fórmula, en la Argentina, parece ser: galancito de la tele + figurita femenina de la tele + trama que los separe y los junte + humor entre costumbrista y grotesco + ternura + carisma = público asegurado. La comedia romántica nacional descree que el género pueda tener un vuelo cinematográfico: constantemente se apela a lo televisivo, y no sólo en los actores, sino además en los tiempos y la estructura de los planos. Y como nos ha enseñado Norah Ephron, la comedia romántica puede ser una referencia cinéfila, o como ha demostrado Judd Apatow, también puede soportar un subtexto social. El modelo de comedia romántica a la argentina, entonces, se queda con la posibilidad más chicas del modelo, contentándose con ser apenas un entretenimiento leve. El ejemplo puesto, es más que válido, si Música en espera funcionaba era porque releía los clásicos, le incorporaba muchas resoluciones visuales y de puesta en escena, y tenía dos protagonistas que con naturaleza construían personajes de varias dimensiones.

Todo lo anterior -lo malo- se puede aplicar a Güelcom, la opera prima de Yago Blanco con Mariano Martínez y Eugenia Tobal como una pareja que se distancia cuando ella se va a vivir a España, y que el tiempo los reúne, con ella volviendo del extranjero junto a su nuevo novio, y él forzando encuentros para intentar el reencuentro. Es decir, comedia romántica en su vertiente de rematrimonio. En ese sentido, Güelcom es desfachatadamente honesta: no es más que eso y, aún a riesgo de resultar muy menor, no intenta ser edificante, moralista o una bajada de línea constante como otros modelos pésimos que hemos tenido que sufrir por estas tierras: Igualita a mí, Un novio para mi mujer o ¿Quién dice que es fácil? Ojo, sí hay un subtexto peligroso en su mirada sobre los que se van a vivir al extranjero, con un decálogo de frases hechas que elabora el psicólogo de Mariano Martínez, pero este tema es tan lateral y se aborda desde demasiados lugares comunes, como para tomárselo muy en serio. Incluso el final se encarga de burlarse un poco de sus propios postulados, en una auto-ironía bastante saludable. Lo que sí es terrible es cómo se usa lo extranjero para el humor: muchachos, un chiste sobre un gallego diciendo “coger” ya era viejo en tiempos de La tuerca.

Los problemas de Güelcom son básicamente de guión, aunque hay uno que resulta insalvable: la actuación de Mariano Martínez. En primera instancia, uno no se cree su rol de psicólogo porque más allá de su inmadurez para afrontar la pérdida, tiene cierta solidez argumental que evidentemente le queda grande; pero segundo, y más grave aún, la película le exige, a través de la forma, que sostenga el relato con su voz en off (lo que ocurre es en realidad el recuerdo oral de lo que Martínez cuenta a cámara y lo que vemos es un doble flashback: el momento en que Tobal lo abandona y se va a España, y el que regresa del extranjero). Martínez habla a cámara como recitando los parlamentos, siempre con monotonía y cansinamente, textos que además están evidentemente sobrescritos. Por más que Martínez sea psicólogo y posiblemente tenga un bagaje intelectual amplio, ningún profesional habla de la misma forma en su trabajo que en la vida real. Y, peor todavía, los textos están excesivamente armados para todos los personajes. Lo que hace que unos y otros puedan sostenerlos con diferentes niveles de soltura es la experiencia o la presencia cinematográfica: Peto Menahem y Gustavo Garzón por ejemplo salen ilesos de la contiende lingüística porque es evidente que tienen oficio, mientras que Maju Lozano sale adelante con simpatía. Tobal, en un personaje demasiado envarado y de pocas dimensiones, hace lo que puede.

Decíamos del guión: el de Güelcom demuestra que conoce dos o tres cosas de comedia romántica, pero también que no sabe cómo articular algunas herramientas. Por empezar, hay un par de personajes secundarios que aportan efectivamente un respiro cómico (lección aprendida del modelo norteamericano), pero en el caso de Garzón no se sabe muy bien para qué está ahí más que ser una excusa del guión: una pena, porque es un personaje atractivo, al que el actor le incorpora varias dimensiones con un par de pinceladas nada más; pero también se comete un error básico para el género: nunca nos creemos que Tobal esté enamorada de su novio español (personaje títere utilizado a conveniencia del guión) y sabemos que el psicólogo Martínez nunca será seducido por nadie. Más allá de que uno sepa de antemano que van a terminar juntos, la trama no se gasta demasiado en generarnos el suspenso necesario para que dudemos. No obstante hay material para no desdeñar del todo el film: durante una cena, el primer encuentro entre Leo (Martínez) y Ana (Tobal), el aire se corta con un cuchillo, la cámara se mueve inteligentemente entre los personajes, incluso apela al plano conjunto (algo a lo que los directores argentinos parecen tenerle fobia) para generar mayor tensión entre los personajes. Se sabe que Ana y Leo se odian y desean no estar ahí, y que los que comparten la cena saben que ellos saben que ellos saben lo que saben, pero nadie dice nada. Es un momento, la mejor secuencia de la película por lejos, donde la comedia es efectiva y el suspenso de lo romántico se sostiene en el aire. Uno podría agregar maliciosamente que justo en esa escena el personaje de Martínez se mantiene en silencio intencionalmente. Y lo triste es que no hay ironía en el comentario.

Con un trabajo más pulido sobre el guión y la renuncia a las figuritas del momento por actores que tengan el timing necesario, Güelcom sería al menos una buena comedia romántica. Así como está, es apenas un intento que no irrita, pero que aburre con su liviandad y su recorrido rutinario.