Guardianes de Oz

Crítica de Javier Porta Fouz - La Nación

La tierra de Oz vista desde México

La tierra de Oz ha dado varias películas, y así como no hay lugar como el hogar, no hay nada mejor sobre esta tierra fantástica que la película de 1939, dirigida por Victor Fleming y por los no acreditados y protagonizada por Judy Garland. Esta versión de animación digital, de producción mexicana y venta global tiene como mayor atractivo algunos chistes disparados por la bruja Eveline y cierto decoro en la calidad de la animación. Lamentablemente, poco más es rescatable en este relato sin canciones: tenemos a Ozzy, un pequeño mono volador, hijo del guerrero Goliat, del ejército de monos voladores esbirros de la bruja. Tenemos a la bruja, que busca todo el poder y quiere sumir a Oz otra vez en el desastre. Y tenemos al León, al Espantapájaros y al Hombre de hojalata (los "guardianes" del título). Hay peleas, búsquedas de objetos, vuelos en escoba, golpes. Hay también una pequeña bruja y está el dilema de a quién servir, y las diferencias entre lo malo y lo bueno a las que se enfrentan los protagonistas más jóvenes al crecer. Pero la falta de cohesión de la narrativa es clamorosa: la película parece estar armada con meras conjunciones no del todo causales de secuencias: no hay integración mayor, no hay necesariedad en la concatenación de acciones. Así, lo infantil se convierte en pueril, en fútil y trivial, y nunca se logra el mínimo ritmo para que nazca algo parecido a la gracia o algún tipo de fascinación. En la producción, el diseño de personajes y el desarrollo del guión estuvo involucrado Jorge R. Gutiérrez, director de El libro de la vida. Pero las diferencias de calidad, vitalidad y atractivos entre esa película y estos Guardianes de Oz son tan grandes como evidentes.