Green Book: una amistad sin fronteras

Crítica de Jessica Johanna - Visión del cine

Se estrena la última de las nominadas a Mejor Película a los premios Oscar y una de las grandes candidatas. Dirigida por Peter Farrelly y con Viggo Mortensen y Mahershala Ali como dúo protagónico, Green Book: una amistad sin fronteras es una historia complaciente contada a base de trazos gruesos.
En la primera película que dirige a solas, sin su hermano, Peter Farrelly apuesta a otro tipo de comedia muy diferente al que los ayudó a forjarse la carrera. Esta vez se toma en serio, deja de lado esa especie de comedia “boba” y decide retratar un hecho basado en casos reales. La historia de un italoamericano racista que, gracias a un nuevo trabajo, forja una importante amistad con un músico negro al que respetan tanto como se puede respetar a una persona negra en una Norteamérica que separa baños, alojamientos y bares según el color de tu piel.

Green Book: una amistad sin fronteras está escrita por Farrelly junto a Brian Hayes Currie y Nick Vallelonga, éste último ni más ni menos que el hijo de Frank Vallelonga, también conocido como Tony Lip. No es un dato menor, ya que éste es uno de los dos protagonistas (interpretado por Viggo Mortensen) y se nota que la historia está contada desde ese lado, desde el del hombre blanco que supo superar prejuicios y se hizo amigo de un hombre negro.

Estamos en la década del ’60. Tony Lip mantiene a su familia a base de diferentes trabajos y changas. Armado por una buena fama entre cierto círculo -fama de saber solucionar problemas-, llega a él una propuesta tan tentadora económicamente como curiosa: hacer de chofer en medio de una gira por el sur de Norteamérica para un importante músico. El problema es que es un músico negro y Tony Lip no se caracteriza por ser una persona que quiera estar cerca de esa clase de gente, a tal punto de arrojar un vaso a la basura sólo por haberlo utilizado un negro que trabajaba en su casa. Al mismo tiempo, movido por el dinero, puede cambiar de opinión rápidamente.

Green Book: una amistad sin fronteras es una película que apuesta a la fórmula que siempre funciona: dos personajes opuestos, distintos por muchas más cosas además del color de su piel, que pronto aprenderán a llevarse bien y a llenar un vacío en el otro. Esto con un tono ameno y de humor en su mayor parte pero también sabiendo cuándo apelar a la emoción. Y si le sumamos que, además de protagonizarla dos actores reconocidos, está basada en hechos reales, tenemos nominación al Oscar asegurada.

Aunque Viggo Mortensen se desenvuelve muy bien en su papel de italoamericano, su personaje está pintado con trazos gruesos. En su círculo apenas saben leer o escribir, hablan todos a los gritos y disfrutan de comer como pocas cosas. Su contrapuesto Don Shirley (Mahershala Ali) es un hombre culto y educado, que siente que no pertenece a ningún grupo, muy solitario y de pocas palabras, todas las que no se puede callar Tony. En el medio, entre hotel y hotel y evento y evento, el racismo y los prejuicios van aflorando y ellos los enfrentan como pueden pero juntos.

Todo tan predecible como se puede esperar, complaciente y con algunos buenos momentos de humor, Green Book: una amistad sin fronteras apela a los estereotipos sin profundizar ni en personajes ni en la temática que utiliza como hilo conductor: el racismo. Éste está pintado sólo a través de situaciones casuales.

En medio de una película que apuesta a una mayoría de planos cerrados y una banda sonora acorde a la época que retrata, lo mejor se encuentra en las interpretaciones, aun ante la actuación por momentos exagerada de Viggo Mortensen. Tanto él como en especial Ali logran imprimirle un poco de la dimensión que el guion no les brindó.