Goodbye Solo

Crítica de Fredy Friedlander - Leedor.com

Gracias al esfuerzo que hacen y el riesgo que corren algunos distribuidores cinematográficos, el público argentino tiene acceso a obras que difícilmente interesen a las grandes compañías de Hollywood.

“Goodbye Solo” no presenta a priori ningún elemento que ayude a su difusión salvo quizás un premio de la FIPRESCI (Federación Internacional de la Prensa Independiente) en el Festival de Venecia 2008. Muy poco sin duda como para justificar su estreno, particularmente en esta época final del año en que el público comienza a ralear o a buscar fórmulas más pasatistas.

Su director, Ramón Bahrani, virtualmente desconocido por estas latitudes, es de origen iraní aunque nació en los Estados Unidos siendo éste su cuarto film y primero en estrenarse en Argentina.

El personaje central es un taxista de origen senegalés interpretado por Soulemayne Sy Savane, quien aquí debuta en el largometraje. Solo, tal su nombre, es una persona muy afable y extrovertido con un natural optimismo. Su carácter contrasta fuertemente con William, un septuagenario que un día contrata sus servicios. El rol es asumido por Red West, otro ignoto actor aunque con una larga carrera en series, televisión y varias películas mayormente inéditas en nuestro país. Sin embargo, Red tiene en su haber una particularidad como es el haber sido, en la vida real, guardaespaldas y amigo, nada menos, que de Elvis Presley. Por otro lado tiene un gran parecido físico e interpretativo y casi la misma edad que Seymour Cassel, actor fetiche en los films de John Cassavetes.

Los sucesivos encuentros entre tan disímiles personajes serán casi siempre producto del interés creciente que tiene Solo en saber porque su cliente desea que lo deposite determinado día en una montaña rocosa (Blowing Rock), donde circulan fuertes vientos.

A modo de un thriller, “Goodbye Solo” consigue atrapar al espectador, incorporando a unos pocos personajes más como Alex, la joven hija adoptiva de Solo (brillante actuación de Diana Franco Galindo) y un joven que vende entradas en el pueblo de Winston-Salem (Carolina del Norte), donde transcurre el grueso de la acción.

Se trata entonces de una obra casi minimalista, que se disfruta de punta a punta en sus apenas noventa minutos y que no debería pasar desapercibida.