Gonjiam: hospital maldito

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Horario de visitas

En el campo de los placeres culpables, bien se puede decir que Gonjiam: Hospital Maldito (Gon-ji-am, 2018) entra en la categoría sin demasiados alicientes a la vista: la película que nos ocupa, a cargo del realizador y guionista Jeong Beom-sik, comparte con la reciente No Sigas las Voces (Jang-san-beom, 2017), del también surcoreano Huh Jung, tanto el hecho de basarse en una leyenda del folklore sobrenatural del país asiático como una corrección general que no va mucho más allá de los engranajes bien ejecutados del género y la absoluta certeza de que si el cine mainstream norteamericano tomase hoy por hoy el mismo planteo básico, es casi seguro que produciría una obra muchísimo menos interesante que la presente o en suma desperdiciaría la oportunidad de construir una aventura del pavor tan entretenida, adorablemente naif y eficiente en el terreno del nerviosismo y la enajenación.

Así como No Sigas las Voces trabajaba con el “Tigre de Jangsan”, criatura cuya anatomía es una mezcla entre felino y perro y que puede imitar la voz humana como un mecanismo para atraer a sus ingenuas presas, aquí el centro del relato es el Hospital Psiquiátrico de Gonjiam, un nosocomio abandonado que fue cerrado décadas atrás y que supuestamente aglutina una tradición muy extensa de avistamientos de fantasmas, actividad paranormal y maldiciones varias relacionadas con el acto de recorrer los pasillos del edificio cual presumido por su casa. En términos prácticos y siempre dentro del found footage, el film de Jeong combina la premisa principal de Fenómeno Paranormal (Grave Encounters, 2011), cierta ambientación tétrica campestre que remite a El Proyecto Blair Witch (The Blair Witch Project, 1999) y un capítulo final a toda pompa en sintonía con la genial Rec (2007).

Ha-Joon (Wi Ha-joon) es el responsable de un canal de YouTube llamado Horror Times y con el objetivo manifiesto de llegar al millón de espectadores y levantar una jugosa torta publicitaria mediante una ambiciosa transmisión en vivo, reúne a un equipo de tres hombres y tres mujeres para ingresar a Gonjiam durante una noche, explorar el lugar y ver qué hay de cierto en torno a su reputación de cuna de espectros y desapariciones y hasta sede de un suicidio masivo de pacientes que continúan pululando como almas en pena. Con el hospital repleto de cámaras y las futuras víctimas llevando arneses que registran sus rostros y/ o reproducen su punto de vista, la trama nos pasea por sonidos extraños, cuerpos de animales despedazados, objetos que se vinculan con el pasado trágico del lugar, puertas que se mueven solas, un poco de parafernalia católica, algún que otro ritual médium para agitar el asunto, una serie de féretros con insólitos agujeros a nivel del pecho y por supuesto las esperables apariciones de fantasmas furiosos que se cargan cual slasher a los muchachitos.

La propuesta no incluye ni un mísero elemento novedoso pero como de costumbre eso no importa en el campo del terror porque todo se reduce a la ejecución de turno de un Jeong que sabe disparar vehemencia narrativa escalonada y munición impiadosa cuando arranca la masacre en el último acto; situación que sin duda se ve magnificada por dos detalles prototípicos del cine asiático en general como lo son el promedio hiper exagerado de las actuaciones al momento del espanto y los gritos y esa predilección por el sadismo que lleva a extender las tomas más angustiosas donde el cine yanqui -o el de casi cualquier otra parte del mundo, a decir verdad- impondría un corte rápido para evitar el sufrimiento del espectador, ese tan habitual y necesario en el horror. Dejando de lado el catálogo de clichés que condimentan el periplo, resultan muy interesantes la histeria que edifica el film con paciencia y esmero, la claustrofobia en las tinieblas por fuera de un hipotético “horario de visitas” diurno y ese mensaje paródico de fondo -que se hace bien visible durante el desenlace- centrado en ridiculizar el fetiche actual con la repercusión inflada de cada acción en la web y el dinero que puede llegar a generar si se está dispuesto a manipular a todos los involucrados, desde los compañeros de correrías hasta un público bastante bobalicón que se come cualquier cosa y que cuando algo por fin es real, suele leerlo como una mentira y abrazar una vez más el cinismo paradigmático, abúlico, idiota y cobarde de estos tiempos…